Transitando este lánguido mes de noviembre, nos vamos acercando sin pausa al fin de un año largo y breve a la vez. Es que hemos pasado por tantos estados emocionales que lo que ocurrió ayer parece que fue hace una vida y no ha habido margen ni para evaluar el propio camino. En las elucubraciones marcamos un sendero de opiniones que bien pueden no gustar, pero como el objetivo nunca fue agradar sino confrontar opiniones, es que no hay temor de decir lo que dice. Si le parece, vamos ingresando a los temas que hemos seleccionado para esta edición.
Tan raro, fluido e intenso ha sido este año 21, que hace no más de cuatro o cinco meses atrás, sobre las 20 horas de cada noche estábamos todos sentados frente a la tevé -o buscando por los portales informativos-, esperando las cifras de muertes que nos dejaba el coronavirus y ahora, casi sin transición, tenemos senadores que presentan sendos proyectos para dejar que se emborrachen los que vendrán a ver las finales futboleras internacionales en un día en que justo, hay veda electoral en el país, por una elección de la que todos se quejan. Y lo mejor de todo, es que lo van a aprobar.
Tranquila/o, no le estoy diciendo que debemos andar de luto perpetuo por las víctimas que dejó el cobicho, sólo que me parece que no hay intención de revisar, de analizar lo que nos pasó durante el último año y medio, en el que todos estuvimos con nuestras vidas en riesgo.
Uno tiene la sensación de que el discurso predominante es “ya pasó todo”, ahora hay que seguirla, como si nada; por eso desde el gobierno se apuran en promover la movilidad de la economía y desde la oposición se discrepa con las medidas tomadas, sin embargo nadie parece interesado en preguntarse por qué se nos murieron casi 7000 personas en unos pocos meses, ni qué se podría haber hecho mejor para evitar que el número de fallecidos fuera tan alto. El gobierno se aplaude a sí mismo y la oposición cuestiona al vuelo, sin profundidad.
Tranquila, tranquilo, no es que nadie esté estudiando estas cosas, estoy seguro que a nivel académico eso debe estar ocurriendo, se deben estar produciendo análisis sobre lo que pasó en la pandemia, pero no es un tema que esté en la agenda pública, es más, parece que nada hubiera pasado, queda la sensación que nos tomamos unas vacaciones de la vida, pero ahora que la retomamos, le damos de “mango revoleado”, sin pausa y con prisa, por no perdernos ninguna de las maravillas que nos ofrecen los escaparates.
Recuerdo los discursos de las primeras épocas pandémicas, aquellos que abogaban por que saliéramos de la tragedia mundial como mejores personas y habiendo entendido la necesidad de preservar nuestro mundo y blah, blah, blah. Hoy, ya en modo post pandemia, todos los lindos discursos se escapan como arena entre los dedos, porque las ansias de consumo, el despilfarro y el individualismo, siguen igual que antes o hasta se han incrementado.
Temo que usted me vea como un pesimista empedernido -reconozco que a veces me siento de esa forma-, pero le debo decir que no estamos saliendo de la pandemia como mejores personas, por el contrario veo mayor egoísmo, más competencias absurdas, más soberbia, más actitudes acaparadores, mientras el planeta, ante tanta voracidad humana, clama por una tregua verdadera, que parece que no estamos dispuestos a dar.
Pero bueno, en las elucubraciones tenemos la particularidad de enunciar los problemas pero no brindar las soluciones; eso es algo que ya le expliqué hace tiempo, así que dicho esto, le informo que llegó el momento de cambiar de preocupación y como vamos de un lugar a otro sin problema, nos instalamos en Puntas de Valdez.
En esa localidad están preocupados por la delincuencia. Según los vecinos se ha incrementado el delito y uno no tiene elementos como para discutirles eso. Esa preocupación llevó a un par de instancias de catarsis públicas, primero con el Jefe de Policía josefino presente y después con el Director Nacional de la Policía en persona.
No estuve en ninguna de las dos reuniones, pero por los comentarios recibidos es como si hubiera estado. A lo largo de los años he participado de decenas, le diría que de centenares de esas reuniones. Los vecinos van decididos a patear el tablero, a cantarle “las 40” a los jerarcas de turno y exigir medidas. Los policías dejan que la gente se descargue, responden con consejos para cuidarse a uno mismo, les dicen que se acuerden de cerrar las ventanas y las puertas cuando se vayan de paseo, se anuncia alguna medida para llenar el ojo y fin de la reunión.
En ocasiones se logra bajar la presión, todos se van más relajados para la casa; en una de esas coincide con que los delitos bajan y se olvidan de los policías por un tiempo. Hasta que los robos vuelven y se inicia el mismo proceso: aumenta el malestar, quejas, reuniones, catarsis pública, intervención oficial, compromisos, finalmente afloje y volver a empezar.
Los vecinos de Puntas de Valdez con los que he conversado están preocupados porque temen que el patrullaje permanente al que se comprometieron las autoridades no sea tan permanente, porque en otras ocasiones han patrullado por un tiempo y cuando se tranquiliza, aflojan. Los vecinos lo dicen como si fuera una particularidad de esa localidad, pero no, eso ocurre en todos los focos de preocupación por seguridad. El guión es el mismo en todos lados.
Pasa la ola delictiva y se aflojan todos los controles, porque es probable que le surjan a la policía otros focos de tensión a cubrir con unos recursos humanos siempre escasos (siempre van a faltar policías); van apagando los incendios según vayan surgiendo.
¿Pero sabe por qué creo que todas esas reuniones son inútiles? Porque los que asisten a ellas van clamando venganza, van pidiendo que corra sangre -por favor, no tome la frase literalmente-, y nadie pregunta en voz alta qué podemos hacer como sociedad para que la delincuencia no sea una alternativa de vida atractiva para los gurises que vienen. Yo sé que es un camino más largo y complejo, pero es más efectivo.
Mientras sigamos aplaudiendo el éxito rápido, mientras que ser exitoso/a sea ostentar, seguiremos generando nichos de delincuencia, así que van a tener que seguir haciendo un montón de esas reuniones de las que salen todos muy molestos y el problema seguirá estando.
Me retiro ya. Si me pongo a hablar de las razones sociales del delito, nos vamos por las ramas y yo sé que a usted no le gusta que le hable de esas cosas; sé que preferiría que le hablara de palo y palo, pero yo no soy de ese palo.
En la retirada le comento que en siete días espero estar nuevamente por esta página de su periódico. En las elucubraciones no construimos verdades, pero tampoco nos sumamos a cualquier coro, por eso son únicas y especiales. Así que si busca eso, vuelva por acá, lo estamos esperando.
Por Javier Perdomo.