Es viernes ya, comienza tarde a pergeñarse la edición elucubradora que se publica el último día de noviembre, un mes que deja más interrogantes que certezas respecto a qué nos va a entregar diciembre, al que nos adentramos desde el miércoles. En las elucubraciones seguimos entregando textos absurdos, con visos de complejidad intelectual para que usted no entienda nada, pero sobre todo para que no crea en todo lo que le digan, porque seguramente hay detrás, gato encerrado. Si tiene a bien seguirme, en la siguiente “parrafeada” llegaremos a algún lado.
Me urge aclarar algunos conceptos de hace siete días atrás respecto al despido del maestro Tabárez de la selección. Este insignificante escriba de pueblo no suscribe la decisión tomada -por si alguien pudo entender eso-, sólo dije que estaba bien, que iba en línea con la ola, con lo que dictaba el algoritmo. La idea era echarlo y bueno, si a ese deseo de ellos, vos abonás un poco con alguna “mala performance”, era lógico que todo terminara como terminó.
¿Si es una lástima? Claro que sí, claro que me da pena por el maestro y por los uruguayos no participantes de la rosca del fútbol, que habían logrado una identificación con “la celeste” nunca vista (ese término, “la celeste”, es de la era Tabárez, antes no existía ese concepto arraigado como ocurre con “la Argentina” o “la Selección Colombia”, se lo digo yo, que vivo entre terminologías y siglas), pero le hicieron caso a la manija de las redes -donde todos son “craces”, ganaron 10 mundiales y se las saben todas-, así que ahora, háganse cargo los que querían renovación. Renueven y demuestren, si pueden, que tenían razón.
Antes de cambiar de tema, porque en definitiva no sólo de fútbol vive la columna elucubradora, un último apunte que le hago: se ha hablado mucho sobre influencia político-partidaria en la decisión de sacar a Tabárez. No hay dudas que una parte de las figuras de gobierno estaba deseando sacarlo, pero no tengo claridad respecto a qué tanta injerencia pudieron tener en la decisión final de hacerlo.
Seguro es que los dirigentes que tomaron la decisión sabían que no iban a recibir reclamos desde el poder político y quizás por eso es que se sintieron más libres para hacerlo ahora, cuando estamos casi en la misma situación que estuvimos en otras eliminatorias en las que sí nos clasificó al mundial el maestro Tabárez.
Ahora sí, comienzo a dar el salto hacia otras arenas, no sin antes decirle que me puso muy contento saber que a la vicepresidenta Beatriz Argimón le pareció bien la decisión de echar a Tabárez y que piensa que necesitamos un técnico joven para la selección. Seguramente ya habrán tomado nota todos los dirigentes sobre los profundos conceptos vertidos por la vice.
Entre nosotros, le digo, hay veces que alguna gente debería llamarse a silencio cuando a algún periodista desubicado -como puede ser uno mismo-, se le ocurre hacer preguntas que no son de su competencia. Entre nosotros se lo comento, yo no la veo a la “Bea” una pasional futbolera, ¿era necesario preguntarle por el técnico de la selección? Y ella, ¿era necesario que contestara?
Hablando de gente que queda expuesta, la pobre señora esposa del generalito, doña Irene Moreira, vaya si lo quedó, en un acto oficial para recordar el día internacional contra la violencia de género -el jueves 25-, en la que se mandó un montón de furcios. Doña Irene quiso mostrarse empoderada, pero se entreveró mal y dijo cualquier cosa.
En un videíto de apenas 40 segundos, que se volvió “viral” de inmediato, se la ve y se la escucha a la Ministra dando fecha inexactas, mal los nombres y atragantándose en su propia voz cuando se da cuenta que le está errando mal. Por supuesto que a la pobre Irene la tomaron de punto en las redes sociales (que no te perdonan una porque en ellas todos son santos, pulcros y prolijos), pero ella se defendió diciendo que la gente necesita reírse y que sus errores sirvieron para ello. Al final se transforma en una humorista la Moreira, podrá no saber ni qué hace en el Ministerio de Vivienda (al que llegó sólo por ser esposa de…), pero por lo menos se ríe de sí misma, algo que este escriba aconseja siempre.
Tuerzo el rumbo elucubrador y vuelvo sobre otro de los asuntos abordados en la semana anterior. Hablo de la interna policial y la corrupción que en ella hay, cuestión de la que han continuado surgiendo informes periodísticos que van en el mismo sentido explicitado en la columna pasada. Una generación de policías jóvenes, sin compromisos político-partidarios, que estaban en cargos de conducción de la Policía, con la llegada de la “colisión multicolor” al gobierno, fue desplazada y suplantada por una “vieja guardia” conformada por policías -muchos de ellos oficiales retirados-, que fueron en algún momento investigados o separados de sus cargos por actos de corrupción.
Esa es la gente que está al frente de la Policía hoy y que en poco menos de dos años está haciendo estragos -dicen los informes periodísticos que le menciono y que están disponibles para leer en las páginas de distintos medios periodísticos-, generando una interna policial muy tensa y salpicada cada pocos días de un nuevo caso de corrupción (Cerro Largo y Maldonado están punteando en ese ranking).
Pero claro, esos son los que cuando estaba Bonomi decían que la Policía no se sentía respaldada; son los que ahora alaban las disposiciones contenidas en la ley de urgente consideración -que aumentó la discrecionalidad del accionar policial-, porque dicen que los policías se sienten más protegidos. Protegidos, vaya a saber de qué.
Le pongo un ejemplo. Defender al policía es darle herramientas jurídicas, sí, pero también es darle el equipamiento adecuado para que pueda cumplir su labor, sintiéndose seguro. Entre las tantas cosas que leí estos días, encontré un informe sobre los chalecos de la Policía. Al parecer, los chalecos tienen fecha de vencimiento -aprendí algo nuevo-, y 15 mil de ellos que vencieron en 2020, siguieron siendo utilizados por el personal, ya que el Ministerio detuvo una compra que había tramitado la anterior administración para renovarlos y realizó otro llamado, no por la totalidad, sino por 8000, de los cuales sólo se entregaron 5000, por lo que el Instituto Nacional de Derechos Humanos, estima que 10 mil policías corren riesgo de vida. ¿Por qué? Por perfilismo, por querer hacerlo diferente a los que estaban antes.
Usted sabe que si yo me pongo a hablar de seguridad me suelo ir por mil ramas, pero como ya casi no queda lugar en la página, le hago un comentario final, preocupado, por el incidente en que murió un hombre asesinado por un vecino en circunstancias poco claras. ¿Era necesario ese disparo? Si nos creemos con derecho de disparar a la primera persona que se nos ponga adelante, estamos en problema. Desarmar a los civiles, es una materia pendiente del Estado, que por supuesto este gobierno, no va a encarar.
Y lo que no encaramos más nosotros es seguir elucubrando. Llegó el momento de cerrar por esta semana. En la próxima edición estaremos en diciembre y de verdad nadie se acordará de lo que aquí fue dicho. Que lo comiencen lo mejor que puedan, nosotros estamos acá el 7.
Por Javier Perdomo.