Elucubraciones

Elucubraciones, edición del 05/05/2020: «La nueva a-normalidad»

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Comenzó el quinto mes del año 20; de los cuatro ya transcurridos, dos nos los hemos pasado hablando monotemáticamente de la pandemia de coronavirus, en tanto vemos caer todos los castillos que tanto nos había costado construir a cada uno de nosotros, tras un trágico comienzo de siglo del que casi ni nos acordábamos. Las elucubraciones son el espacio en que su autor trata entender qué pasó para llegar a esto a la vez que se preocupa por eso de la “nueva normalidad”. Como todo queda plasmado en la página de un diario, usted tiene la posibilidad de leer esos delirios, pero como siempre le digo, tampoco me haga mucho caso. A renglón seguido vamos viendo qué sale.

Usted, que es seguidor/a de estas líneas semanales, sabe que si algo caracteriza a su autor es la habilidad que tiene para cambiar de parecer, adecuándose cual camaleón, a cada situación. Aunque le parezca contradictorio, en base a convicciones firmes, uno puede adaptarse a cada acontecimiento según las condiciones objetivas del momento.

Le explico, la pandemia mundial de coronavirus y sus primeras consecuencias impactaron al escriba por lo fulminante y por ello he sido un divulgador convencido de la necesidad de tomar todas las medidas de seguridad posibles y necesarias para evitar la propagación de una enfermedad de la que todavía se conoce poco.

Hasta ahí uno acompaña los discursos dominantes, la importancia del cuidado personal para cuidar al otro y todas esas cosas de las que nos fuimos convenciendo progresivamente en pos de la salud global, incluso ciertas medidas que podrían considerarse autoritarias; todo por la salud de las mayorías y teniendo claro que ese “policiamiento” sería transitorio, que tendría fin en un horizonte cercano (por más que las afectaciones económicas fueran más duraderas), sin embargo, a medida que pasan los días y las semanas, se empieza a imponer la idea de que nada será igual de ahora en más, que viviremos en una “nueva normalidad” que cambiará la forma del trabajo y las relaciones sociales y humanas.

Esto no es algo que en sí me asuste, porque el cambio es lo único permanente en el devenir de la humanidad, así ha sido siempre y no debería llamarnos a extrañeza el cambio. Aquellos que se empecinan en vivir mimetizados en ciertas tradiciones pierden la batalla antes de empezarla, no entienden que lo que queda es la cáscara y en ocasiones se vuelven violentos porque se niegan a ver qué más de bueno puede haber más allá de ese sueño idealizado que tienen de un momento del pasado. Esto es así para los que idolatran la vida del gaucho y le sacan fotos con un smarthphone a su bebé vestido de gauchito, como para los que leen a Marx literalmente, sin tomar en cuenta que ha pasado un siglo y casi tres partes del otro desde que él escribió, o también para los que encuentran en la biblia explicación para todos los acontecimientos presentes, sin salirse de la literalidad de las palabras escritas.

Todos ellos reniegan del cambio, pero el cambio es la vida misma, por eso a este escriba de pueblo chico, aunque le cueste, trata de analizar su tiempo con los pies en él y no con los preceptos de un adolescente roquero de finales de la década de los 80 del siglo XX (le confieso que me cuesta ver cómo van muriendo los referentes generacionales). Soy consciente de que nada es igual y que lo normal es el cambio, me guste o no me guste lo que pueda venir.

Sin embargo, hay un principio con el que no se negocia y es el que más está siendo atacado con la idea de la “nueva normalidad”, que se ha transformado en una especie de slogan publicitario para vender un nuevo tipo de control social, una especie de actualización de las técnicas de control, promovido desde la estructura del Estado para preservar nuestra salud y por ello mismo, aplaudido y celebrado por la sociedad, el “pueblo” o la comunidad (le dejo a usted la forma de denominación).

El nuevo “normal” de la era del coronavirus anda con la cara tapada y controla, persigue y cuestiona al que no está tapado como él o ella. La nueva normalidad es que la gente no ande en la calle, que no se contacte con el otro, que no cuestione la norma y que no se manifieste, no proteste, no cuestione y celebre que un vecino es retirado de una plaza porque de esta forma estamos cuidando la salud de todos.

Por momentos parece que las actuales generaciones humanas, somos como conejillos de indias de un experimento sociológico a escala planetaria que apunta a mejorar las metodologías de dirección de masas. Está saliendo perfecto si fuera así: anunciar una gran hecatombe mundial, desinflar el intercambio comercial global y prohibir la libertad de movimiento, transformando esta situación en lo “normal”.

Un primero de mayo sin movilización en el planeta entero, la voz de los más desfavorecidos acallada en pos de las recomendaciones de los especialistas. La aceptación tácita por parte de la mayoría de la población mundial, que si alguien no acata las medidas sanitarias hay que reprimir; la aceptación de la denuncia, del control vecinal. Si eso es la “nueva normalidad”, yo no la quiero, prefiero estancarme en el mundo en que se podía protestar y moverse libremente, según las posibilidades propias.

Por más que tenga “onda” teletrabajar (algunos descubrieron lo que es el trabajo en casa), o saludarse con el puño en lugar de dar la mano (sí, ya sé que también tiene onda golpearse los nudillos de la mano), no estoy de acuerdo con esa idea de querer irnos acostumbrando al paulatino recorte de las libertades individuales. Eso no es normal -tampoco nuevo-, y hay que rechazarlo con toda la fuerza que uno pueda ponerle a su grito.

Cierro con alguna mención breve. El domingo se conmemoró el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Para que exista libertad de expresión del pensamiento (uno de los recortes de la “nueva normalidad”), debe existir prensa libre y diversa. El coronavirus está afectando a ese derecho humano con esa idea de que hay cosas que no se pueden decir o cuestionar, pero también en la propia posibilidad de existencia de los medios tradicionales debido a las dificultades económicas que estamos atravesando la gran mayoría de nosotros.

Con la proliferación de los medios electrónicos, las nuevas generaciones de consumidores de medios parecen creer que los artículos noticiosos se producen solos, que no hay nadie detrás de ellos. Lamentablemente fueron mal acostumbrados y ahora se dificulta cambiarles la cabeza. Por eso usted -todas aquellas personas que aún leen en el papel-, que sabe el esfuerzo que implica cada letra estampada en él, debe promover entre sus allegados el consumo de los medios tradicionales (que también tienen propuestas en la web), ya que eso es sano para cualquier democracia.

Lamentablemente a nivel nacional la concentración mediática se acentúa y unos pocos tienen el control de la televisión (los que más facturan), y se quedan con toda la torta publicitaria, generando mayores inequidades con los medios pequeños con voces distintas a las hegemónicas.

Las malas noticias siguen llegando para la diversidad noticiosa, a los medios públicos llegó un censor, las voces distintas que allí se escuchan probablemente desaparezcan a la brevedad. Medios públicos mediocres y conceptualmente iguales a los del oligopolio privado, parece ser el objetivo de poner a Sotelo en ese cargo.

Igual, nosotros acá seguimos, intentando dar otras visiones al discurso único, aunque sea desde un pequeño pueblo del Uruguay. Si le parece, la seguimos en siete días, vaya a saber con qué elucubraciones. Hasta entonces.

 

Por Javier Perdomo.

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