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Olver Tulipán contó detalles de su viaje de Roma a Santiago de Compostela en bicicleta

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¿Quién no ha soñado alguna vez con ser protagonista de una gran aventura? Seguramente para la mayoría todavía siga siendo un sueño, pero qué gusto da encontrarse con alguien que ha podido y se ha animado a hacer realidad sus sueños de la niñez, aunque hayan transcurrido cinco décadas de espera y maduración de la idea.

Olver Tulipán es un comerciante de Puntas de Valdez y según contó desde muy pequeño tenía el sueño de hacer una bicicleteada muy grande. “Desde los 12 o 13 años cuando llegó a mis manos un libro sobre un ciclista uruguayo que en aquellas épocas había recorrido toda América”, cuenta.

Tulipán recordó que “me quedó muy grabado su relato del cruce del desierto de Atacama, algo que en aquel tiempo era casi imposible porque no habían rutas ni GPS. Quedé tan prendido por esas historias que me dije que alguna vez iba a hacer un viaje así”.

SANTIAGO | Tulipán vivió 10 años en España y ha recorrido varias veces el reconocido Camino de Santiago. “Sus caminos principales los había hecho casi todos en siete u ocho viajes; todos los caminos a pie como el camino francés que son 800 y pico de kilómetros, el camino del norte que sale de Iruñea (Pamplona), también son 800 y algo de kilómetros, la vía de la plata que sale de Sevilla con 1050 kilómetros o el camino portugués desde Lisboa”.

Cada viaje le dejó buenas experiencias y hace un tiempo que buscaba “algo distinto para hacer y por ahí descubrí el camino Roma-Santiago que lo había hecho un peregrino y empecé a buscar información, hace como 10 años atrás”, dijo. Agregó que “son más de 2800 kilómetros en el camino oficial que tienen registrado en la Catedral de Santiago”.

Los caminos más utilizados por los más de 300 mil peregrinos que cada año llegan a pie a la famosa catedral donde descansan los restos de Santiago el Mayor, uno de los 12 apóstoles de Jesús, están generalmente bien señalizados, pero la ruta desde Roma a través de los Pirineos no es tan específica.

Tulipán dijo que “surgen alteraciones porque se van siguiendo viejos senderos. Sobre todo en Francia es muy complicado porque no hay una ruta bien marcada, uno va recorriendo caminos secundarios o a veces por campos”. A pesar de ello y “de acuerdo a la información que fui recogiendo cada vez me entusiasmaba más. Después encontré que alguien lo había hecho en bicicleta y fui accediendo a más material”.

Tulipán explicó que aunque hizo una planificación del trayecto “no soy muy obsesivo porque siempre me gusta dejar un margen a la improvisación, para encontrar alguna sorpresa que genera esa adrenalina de no saber dónde voy a llegar o dónde me voy a quedar y si llevás muy estructurada la ruta al final sos rehén de lo que tenés para hacer y disfrutar”.

EQUIPAJE | Aunque el equipaje debe ser liviano para una travesía como ésta hay previsiones mínimas a considerar. Tulipán dijo que trató de llevar “lo mínimo e indispensable porque todo pesa mucho y hay que sumar un par de litros de agua, llevaba tres caramañolas que no me alcanzaban para nada porque había un calor insoportable, al principio llevaba alguna fruta pero por el calor se echaban a perder”.

En cuanto al agua en medio de la montaña el peregrino tenía una opción: “muchas veces me arriesgué a tomar la que caía de la montaña, porque era fresca casi helada porque la de las caramañolas se calentaba enseguida”, dijo.

También “llevaba un kit para la bicicleta con lo mínimo, un pequeño botiquín de primeros auxilios con alguna pomada y gasas por si me caía poder atender alguna pequeña herida y en cuanto a ropa llevaba lo indispensable”.

DISFRUTABLE | Tulipán destacó que “fue un viaje muy disfrutable, muy tranquilo. Lo hice con mucha paz interior, sabiendo que iba a enfrentar diversos problemas; quedé asombrado porque fui superando muchos escollos, lo primero que debía superar era la barrera del idioma porque no hablo ni italiano ni francés y en este tipo de viajes es necesario el contacto permanente con la gente de cada lugar”.

A pesar de llevar el navegador satelital y recabar indicaciones en cada pueblo que encontraba “me pasó varias veces tomar ese caminito de piedra que de pronto se topaba con una carretera o por diferentes motivos estaba cortado, entonces hay que evitar ponerse nervioso para encontrar las opciones que habían y reprogramar todo y saber que no se puede estructurar todo, que van a surgir diferentes situaciones, algunas cómicas o agradables y otras muy duras”.

MALA | De estas últimas Tulipán habló de una que no olvidará fácilmente. “Una vez me perdí y todavía cuando me acuerdo me duele, es que el día anterior me faltaban 40 o 50 kilómetros para llegar a la frontera Italia-Francia y ese día venía viajando convencido que estaba en la Ruta 25 y resultó que no era ésa, sino la 24 la que había tomado. Había salido de mañana bien temprano porque madrugaba mucho para aprovechar el fresco, anduve cuatro o cinco horas y cuando cruzo la frontera empecé a sospechar que algo no andaba bien. A las seis horas de viaje paré en un barcito con muchos franceses y había una empleada peruana que me dijo que estaba equivocado y que debía volver para atrás y para darme ánimo a mí mismo le dije que por suerte era en bajada y ella me miró y me dijo que la misma distancia que bajaba tendría que subirla para llegar a la otra ruta”.

Este año Europa sufrió un verano con altísimas temperaturas. Tulipán comenzó su travesía el 11 de junio y según dijo “ya era un poco tarde y ya cuando llegué a Roma donde pensaba quedarme tres días porque es una ciudad que me atrapa y tenía que armar la logística, comprar la bicicleta, conseguir la credencial que habilita a quedarse en los albergues y cuando iba a empezar a recorrer me di cuenta que el calor era insoportable con temperaturas extremas fuera de lo normal”.

BUENAS | El solitario ciclista dijo que “si me preguntan si hice un buen viaje respondo que sí pero me quedan unas dudas tremendas, porque qué es un buen viaje cuando hay miles de lugares impresionantes arquitectónicamente. Ya ni hablemos del paisaje que es exuberante tanto en Italia, Francia y España, pero a mí me gusta ver la arquitectura, es realmente impresionante, atravesar pueblos que tienen más de mil o dos mil años y son pequeñitos pero tienen una belleza deslumbrante”.

Pero a Tulipán le atraen las características comidas de esos países. “La gastronomía de esos lugares es fantástica porque me encanta disfrutar de las cocinas de España pero Francia es el país que más ha desarrollado sus comidas y la explota muy bien, entonces yo me planteo que hice esta travesía en 28 días y a veces me pregunto si dos meses me habrían alcanzado para disfrutar de todo lo que hay”, contó.

AYUDAS | El contacto con los lugareños descubre historias y amontona anécdotas, Tulipán destacó que “lo que me ayudó la gente de cada lugar fue impresionante, aun con la dificultad del idioma, cuando les contaba que estaba haciendo el camino Roma-Santiago no me lo podían creer y en cada lugar me aplaudían porque alguien de 68 años venía solo desde Uruguay para hacer esa travesía y me alentaban mucho y eso me daba mucha fuerza. No puedo hacer ninguna diferencia entre los tres países en cuanto al trato de la gente”.

Tulipán dijo que tuvo sólo un pinchazo en todo su recorrido y explicó que “habían caminos con mucha piedra que me daban cierto miedo y muchas veces transitaba caminando porque temía sufrir una rotura importante en la bicicleta. Pensaba en alguna caída y me daba miedo tener que abandonar por alguna lesión seria, el riesgo siempre está porque se atraviesan ciudades grandes con mucho tránsito aunque se respeta muchísimo a los ciclistas”.

El peor enemigo del ciclista fueron las temperaturas extremas, con lugares de 40º o más y cumbres de montañas con nieve y temperaturas cercanas al cero. Al respecto dijo que “sufrí mucho el cruce fronterizo de Francia a España porque es en una zona montañosa a unos 2000 metros” y explicó que “hay un túnel de ocho kilómetros y me llamaba la atención que no había ningún indicador que dijera que no podía cruzar en la bici, pero un poco antes de llegar había un control de parada obligatoria, donde me dijeron que no podía entrar al túnel. Me indicaron un camino para pasar por la montaña y me dijeron que la altimetría era un acumulado de 500 metros en unos cuatro kilómetros”.

LO PEOR | Tulipán dijo que “hacía mucho frío, era de tardecita y estaba lloviznando, cuando llegué arriba pensé que bajar iba a ser sencillo, pero fue la tortura más grande que he sufrido. Estuve al borde de la hipotermia, tuve que parar como cinco veces a ponerme una remera sobre otra y no podía avanzar por el frío impresionante que sentía”.

Luego contó que le “temblaba todo el cuerpo; llegué a un albergue y me dieron un té caliente pero no lo podía tomar, se me volcaba todo porque me temblaban las manos, después me di una ducha caliente, cené y al otro día cuando iba a salir me dijeron que afuera habían 4ºC”.

Sobre su preferencia de viajar solo Tulipán dijo que hacerlo en grupo “tiene sus pros y sus contras. Yo hice algunos kilómetros con un francés con el que nos comunicábamos en portugués, pero en el camino íbamos conversando y eso te saca de la concentración y puede ocurrir un roce o un accidente. Además cuando llego a un lugar me gusta hablar con la gente y recorrer esos pueblos pequeños y escuchar las historias de la gente, al ir en grupo uno se enfrasca en conversaciones triviales y se pierde esos detalles que para mí son imperdibles”.

EL PRÓXIMO| Olver Tulipán ya ha comenzado a preparar otro viaje en bicicleta a Santiago, pero esta vez partiendo de Noruega. “Es un camino nuevo de 4000 y algo de kilómetros, tengo un amigo que está viviendo en Noruega y por intermedio suyo voy a empezar a recopilar información para ver si el año que viene lo puedo hacer, me resulta muy interesante porque se atraviesan siete países”.

Hace sólo seis años que Tulipán comenzó sus aventuras en bicicleta. Contó que “he ido a Bolivia para recorrer la Ruta de la Muerte, que siempre me fascinó y me saqué el gusto de hacerla cuando hacía apenas seis meses que había empezado a andar en bicicleta, he recorrido Chile y Perú”.

Finalmente el pedalista dijo que “me gustan este tipo de desafíos porque me permiten disfrutar cada día, sin pensar en cuánto me queda para llegar, salir cada día y hacer los kilómetros que se puedan hacer y llegar a esos pueblitos y perderme en sus calles a disfrutar una tortilla con una cerveza o un vino, hablar con la gente y agradecer estar vivo y poder hacerlo”.

 

Por Jorge Gambetta.

 

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