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Elucubraciones del 23 de enero: «De aniversarios y sustancias, para empezar 2024»

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Pasados 20 y pocos días del nuevo año, el espacio elucubrador de La Semana se reencuentra con sus no pocos seguidores para seguir acercando una visión no complaciente del tiempo que nos toca transitar. En el limitado espacio de una página de diario en formato tabloide, irán surgiendo las preocupaciones que se le presentan a su autor y que en puntuales ocasiones encuentran eco en algún que otro lector. Si así lo entiende conveniente, empezamos el viaje por el primer texto del año 24.

¡Y qué año es el que nos espera! Será tiempo de elecciones nacionales en Uruguay; en efecto, los uruguayitos deberemos ir a las urnas, al igual que el 54% de la población mundial, y no sé qué estará pasando en los restantes países en los que se votará pero acá, ya comienza a recalentarse el ambiente, al punto que ni realizar un cumpleaños se puede sin que ello genere suspicacias.

Esto se lo digo, claro está, por toda la polémica surgida en Montevideo respecto a las movidas realizadas por la Intendencia montevideana por los 300 años de la ciudad, que desde los coaligados multicolores dicen que no los cumple ahora y que todo es parte de la campaña electoral de Carolina Cosse.

Por supuesto que yo no me voy a meter en la polémica sobre en qué año se fundó, porque no tengo elementos para hacerlo y porque además estimo que ambas posturas deben tener una dosis de razón. ¿Sabe qué? Todo el lío me recordó, salvando las distancias del caso, a las polémicas en Libertad respecto a si fue fundada en 1872 o en 1875, pero en la que también ambas posturas tienen algo de razón. El tema es que la conformación de asentamientos humanos son procesos y no decretos de un día o de un año determinado, por eso para algunos ocurre en tal fecha y para otros en tal otra y en realidad, ambos tienen razón y ambos se equivocan.

Pero más allá de eso, le digo que está bien que los montevideanos festejen como mejor les venga en gana, de última, es mejor festejar que penar y si el festejo tiene su costo, que lo tenga, porque nada es gratis y los artistas que participan de eventos multitudinarios como el del fin de semana en la capital, también necesitan generar ingresos para sobrevivir.

Me interesaba además mencionar la variedad de espectáculos que la IM dispuso para el festejo; participaron desde sus elencos oficiales vinculados a la música clásica y a la danza, hasta los más encumbrados nombres del rock y la música popular uruguaya, que precisamente son los grandes ausentes en los festivales que realizan la mayoría de las comunas del interior.

Entre usted y yo le digo, ahora que estamos en verano y que no se está por realizar ninguna de esas fiestas, aburre conocer las grillas de los festivales del interior. En todos, los mismos nombres –Lucas Sugo, Matías Valdez, Chacho Ramos, etcétera, etcétera-, cuando este país tiene una diversidad artística excepcional, con grandes nombres, capaces de convocar a multitudes en el exterior y que sin embargo no son considerados en el interior del país. No es un tema de costos (peso más, peso menos, no hace la diferencia), el tema pasa por el interés en hacer mejores cosas y de tener la valentía de cambiar y ofrecer variedad al público.

Usted me dirá, bueno, pero contratan a esos artistas porque hacen música tradicional para festivales tradicionalistas. Y está bien, puede tener razón, entonces que las intendencias sigan haciendo los festivales con los cinco mismos nombres cada año, pero que también hagan otros festivales con la misma trascendencia y difusión que esos festivales folclóricos, pero con propuestas de mayor calidad artística; no me quedan dudas que iría también mucha gente.

Tráigame una vez a un Rubén Rada, a Los Buitres, a La Tabaré, a “Pitufo” Lombardo, a una murga o a Florencia Núñez (por nombrar a alguien relativamente nueva en la escena musical), arriesgue. Basta de hacernos creer que la cultura uruguaya es sólo andar a caballo y vestido de gaucho, por suerte es más rica y compleja, lástima que los festivales oficiales no permitan que esa diversidad sonora llegue al interior.

Disculpe usted, pero le iba a hablar del complicado año que nos espera con esto de las elecciones y me desvié por completo del camino. Eso es lo que tiene dejarse llevar por los dedos, no se sabe dónde uno puede terminar. Igual, intentemos ahora centrarnos en un próximo tema.

La temporada estival genera grandes problemas a los periodistas. Hay una especie de sequía informativa difícil de paliar. Hasta las épocas de mis primeros acercamientos a una redacción de diario, la información policial se transformaba en la vedette del verano. Cualquier monedita servía para generar un titular. Pero eso ahora ya no es así. La crónica roja es el centro de los informativos televisivos en especial, y los temas de seguridad o de inseguridad están en la discusión política de todos los medios.

Claro que hay razones para que ello ocurra. Todos los días nos asombra un nuevo hecho luctuoso que está vinculado con alguna forma de violencia. El actual gobierno nos quiere convencer que atacando la comercialización de drogas al menudeo se ataca el delito en general, pero no hay ninguna evidencia científica que confirme esa idea. Pero además, mientras la Policía se centra en la venta al por menor, se les escapan miles de toneladas de sustancias que viajan a mercados más atractivos.

Usted sabe ya de mi postura al respecto. Hay que regular el consumo de sustancias psicotrópicas; cuanto más amplia sea la apertura mejor será, porque de esa manera se aliviará el desbordado sistema carcelario y habrá menos delito, ya que los que roban para consumir estupefacientes son una minoría que llega al límite en su adicción.

Hay que comprender esto: las cárceles no están llenas de ladrones, están llenas de personas condenadas por tráfico de drogas y delitos conexos (por ejemplo, asesinatos por territorios, venganzas, deudas y todas las fantasías de serial de Netflix que le quiera agregar). Si la idea es disminuir la inseguridad, la única forma de lograrlo es tendiendo a eliminar el mercado ilegal, como ha ocurrido con la marihuana, que no ha generado ningún tipo de caos social en el país. Por el contrario, el narcotráfico casi ha abandonado este rubro, porque les resulta cada vez menos “atractivo”.

Vio que yo tengo por costumbre intentar derribar mitos y creencias instaladas. A veces lo logro y a veces no. Bueno, ahora le quiero decir un par de cosas sobre el consumo de drogas. Primero, la gran mayoría de las personas consumidoras son seres comunes y corrientes que tienen sus trabajos formales y que invierten cierta cantidad de dinero en ese consumo; en ocasiones se puede volver problemático y en otras ocasiones no, pero desde la legalidad puede haber mayor control de ello.

Después, lo otro: ¿Usted cree que los “narcos” se vuelven millonarios con lo que un pibe desquiciado puede sacarle a una garrafa que se robó? No, el dinero del “narco” es del mercado formal de trabajo, de gente que cumple con sus empleos o negocios y que destina una parte de sus ingresos al consumo de sustancias ilegalizadas (nótese que no digo ilegales, porque la legalidad o ilegalidad de algo es tan relativa como el cambio de una norma), por eso le insisto en que hay que eliminar los mercados ilegales y no seguir mintiéndonos con que una nueva ley nos va a solucionar todos los problemas de inseguridad.

Me estoy quedando sin lugar, pero para el final le quería mostrar un par de contradicciones parlamentarias. Resulta que todos los legisladores multicolores firmaron para habilitar el plebiscito sobre los allanamientos nocturnos (la última solución mágica que nos ofrecen), pero a su vez una encuesta que se realizó entre los parlamentarios, determinó que dos de cada tres está a favor de regular los mercados de drogas. Si es así, no entiendo el apoyo de tantos al proyecto del josefino Camy. Igual, es una buena noticia, para seguir dando la discusión.

Desde esta página seguirá esa línea, pero ahora me despido sin demasiado colorido, porque no me queda lugar. Será hasta la próxima.

Imagen ilustrativa tomada de la web.

Por Javier Perdomo.

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