El segundo semestre del año 23 nos da la bienvenida. Todo va tan rápido en este siglo XXI que una columna como ésta, que se dedica a intentar bajar el ritmo de la agenda, puede parecer propia de otro tiempo, pero sé que usted y yo avanzamos con todo lo bueno que nos da la modernidad y tratamos de preservar, sin actitud nostálgica, todo lo aprendido del pasado, por eso leer y/o escribir un texto que intente debatir sobre su tiempo, nunca dejará de ser algo vigente. Si le parece, vamos iniciando el camino de una nueva edición elucubradora.
De la agenda de novedades de la última semana de junio, se destacan como temas excluyentes la agudización de la problemática del agua en Montevideo y Canelones y la interpelación al ministro Heber con sus posteriores derivaciones. Como del agua ya he dicho alguna cosa en ediciones pasadas, ahora quería hacerle algún comentario de la interpelación al Ministro, que duró más de 24 horas -vi muy poco de ella, se lo debo reconocer-, y de la cual sólo me quedé con algunas palabras que pronunció el interpelado y que me confirmó, una vez más, por qué el pobre, no da “pie en bola”.
En algún momento de sus intervenciones iniciales, el Ministro dijo, textualmente, “este Ministerio está en guerra contra el narcotráfico” y uno que tiene la ironía a flor de piel, dije para mis adentros -y sin esperar que el ministro Luis Alberto me oyera, claro está-, “perdiste antes de comenzarla”.
Es que se lo he dicho en esta misma columna anteriormente, no como una innovación fantástica que se me ocurrió a mí, sino como parte de una corriente de pensamiento que se afianza en todo el mundo: la guerra contra el narcotráfico es una guerra perdida y hay que pensar nuevas formas de convivencia con los estupefacientes (no uso el término drogas ya que drogas también se denomina a muchas sustancias legales), tendiendo cada vez más a su regulación o legalización, antes que a la represión pura y dura como se ha hecho hasta ahora y con exiguos resultados en todo el mundo (no, no es sólo a Heber al que no le salen bien las cosas).
Mire, estoy convencido por completo que hay que parar esta locura de pensar que porque metieron preso a un “pendejo” que “pasa” unos gramos de cocaína o un poco de marihuana, se está combatiendo o ganándole terreno al narcotráfico. Hay que dejar de hacinar gente en condiciones infrahumanas en las cárceles por vender al menudeo. Eso no soluciona el problema.
El mercado de los estupefacientes funciona con las reglas de la oferta y la demanda. La Policía cierra una boca, pero la demanda allí sigue latente, de inmediato habrá quien detecte esa demanda y provea del bien buscado. Y si cierran esa segunda boca, aparecerá una tercera porque seguirá habiendo quién la demande, en un círculo vicioso de nunca acabar.
Es absurdo pensar que cerrando bocas se disminuye la demanda o la disponibilidad de drogas; escaseará la oferta por un tiempo, pero pronto volverá a haber en abundancia, porque sigue latente la necesidad de consumo (vivimos en una sociedad que se evade de sí misma), por lo tanto la demanda no desaparece y si la demanda no desaparece, siempre habrá quien oferte, aunque haya miles de policías en las calles haciendo allanamientos o buscando bocas.
Entonces usted me dirá, lo que decís vos es que hay que atacar la demanda, y yo le respondo que en Uruguay no está penado el consumo (en muchas sociedades sí lo está y los problemas que tienen son mayores a los nuestros), pero sí se pena la venta de los estupefacientes. El Estado entiende que puedo consumir, entonces, ¿por qué no se pueden vender? Lo que le quiero decir es que hay que cambiar la forma de ver a los estupefacientes y a los consumidores de éstos.
La gente común y corriente -la vecina y el vecino que no sale mucho de su casa-, cree que todos los consumidores de estupefacientes son delincuentes y eso no es así; claro que hay quienes delinquen, pero son los menos. La mayoría, son personas comunes y corrientes, con sus responsabilidades cotidianas, sus objetivos de vida, sus ilusiones y sus miedos.
Yo sé que lo que le estoy planteando a muchas personas les rechina -usted debe ser uno/a-, porque se da de lleno contra el discurso dominante en materia de adicciones, contra una matriz de pensamiento que viene desde hace 70, 80 o más años, pero es necesario pensar de otra forma si es que de verdad se quiere empezar a disminuir la violencia generada en torno al tráfico de estupefacientes.
Entonces, ¿qué hacemos con las drogas? Regulación con control estatal, expendio de los estupefacientes en lugares especializados en la materia (no como sucede ahora con la marihuana que sólo se vende en algunas farmacias y en el interior es de difícil acceso), con asistencia de profesionales de la medicina para abordar el consumo problemático, promover el consumo responsable (campañas educativas como las que ya se realizan, pero más permanentes), controles de calidad sobre la producción que se ofrece.
Yo sé que es difícil el cambio de paradigma, pero no hay otra manera de dejar de invertir miles de millones de dólares, pesos o yuanes (la moneda que usted quiera), en una guerra eterna con millones de víctimas (demasiadas de ellas, inocentes). Con educación y menos dinero, se podría hacer mucho más por nuestra seguridad. No se terminará el delito -los delitos nunca se terminarán-, pero sí disminuirá la presión sobre el sistema de justicia, no seguiremos acumulando jóvenes encerrados en cárceles inhumanas y además, el Estado recaudará dinero con los impuestos a la venta regulada de estupefacientes.
Por último le digo sobre este asunto: sé que es un problema global, no es local y que acciones como las que le planteo se dan de lleno con las políticas internacionales al respecto, pero alguien tiene que empezar (quizás el efecto imitativo lleve a que otros avancen en el mismo sentido, vaya uno a saber). Por supuesto que Heber no va a ser el que empiece, está en la antípodas de lo acá dicho, pero como está bueno soñar con mundos menos violentos, uno no deja de expresar lo que siente.
Por lo pronto me queda espacio para hacerle unas últimas consideraciones. Poca atención le presté a las conmemoraciones oficiales sobre los 50 años del golpe (sí escuché, vi y me instruí con historiadores y protagonistas de primera línea en entrevistas varias). Percibí que todas estaban cargadas de una gestualidad y de una solemnidad que me hicieron recordar al vacío, por lo que ni informes televisivos vi.
Sí supe que Sanguinetti se cayó al llegar a la conferencia conjunta y que el “Pepe” se le quedó mirando como diciendo “¡y ahora qué!”, y que eso dio para las más diversas coberturas (y también para las bromas buenas y las maliciosas también), pero en definitiva lo que le quería decir es que el Estado se perdió la oportunidad de presentar un análisis científico sobre el período (realizado por profesionales independientes de la historia, la economía, las ciencias sociales y otros), y reconocer sus responsabilidades, dedicándose nada más que a los actos gestuales y a las declaraciones políticamente correctas que se hacen en esas actividades.
Pero bueno, déjela así, yo sé que estoy demasiado pretencioso. Por acá se la dejo en esta semana. En la que viene, puede que surjan otros temas más interesantes para comentarle y recuerde que las elucubraciones no necesariamente tienen razón, aunque sean las razones de un individuo. Hasta la que viene.
Imagen ilustrativa, tomada de internet.
Por Javier Perdomo.