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El «gran giro» que propone Joanna Macy en materia ambiental

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El tema de los diferentes ecosistemas y ambientes en peligro de desaparecer, ha sido abordado desde hace décadas, en diferentes partes del mundo y desde variadas concepciones. Si lo vemos hoy, se trata ya de un aspecto que de una u otra forma, todos lo padecemos o por lo menos hemos tomado real conciencia de lo que representa.

Sin embargo, para muchos, se trata de un tema secundario, que poco o nada afecta sus vidas, algo que se da por sentirnos separados, manteniendo una desunión con el todo y una actitud enfocada sólo en el bienestar personal, olvidando que el ambiente y los seres que lo habitan, representan una unidad.

En La Semana preferimos acercarnos a la primera opción y ese camino nos lleva a algunas metodologías que se utilizan en otros lugares, pero que siempre son extrapolables a Uruguay, en las que se apuesta primero al despertar, a darnos cuenta de lo que nos ocurre como especie y en nuestros ambientes de vida; y como segundo paso, buscar alternativas al cambio que es urgente manifestar.

Desde lejanas tierras pero con el mismo objetivo, hacer frente a los grandes desafíos que tenemos como seres que habitan un espacio común, citamos a la ecologista  Joanna Macy, que le da un giro al tema.

 

SITUACIÓN | Sin dudas que el planeta está pasando por una de las degradaciones más profundas que se ha visto en los últimos cientos o quizá millones de años. Este hecho lo vivenciamos todos, a pesar de que no se intente ver.

Sumándonos a la celebración del Día del Ambiente de este 5 de junio, buscamos entrelazar, la espiritualidad con el ambiente, acercando el enfoque de Joanna Macy, quien trabaja la problemática ambiental desde la espiritualidad, por entender que ese es el único camino que necesitamos para hacer frente a la situación actual.

Macy es doctora en Filosofía, maestra budista y ecologista profunda. Es considerada referente en los movimientos por la paz y la justicia social y ambiental, entrelazando su investigación con cinco décadas de activismo. Cumplió el 2 de mayo 90 años, y gran parte de su vida y aún hoy, transmite la forma de conectar esa espiritualidad con el ambiente en el que estamos, invitando al cambio social y la experiencia espiritual como forma de encontrar el equilibrio que hoy más que nunca necesitamos como especie.

Durante más de 40 años ha trabajado incansablemente construyendo y enlazando puentes entre el activismo, la espiritualidad y el compromiso social con el planeta. Guía talleres y cursos en los que une filosofía budista, teoría de sistemas y ecología profunda, siendo su metodología adaptada en diversas organizaciones así como en varios contextos escolares.

Es la autora de “El Trabajo Que Reconecta”, en el que ha creado una innovadora metodología para el cambio personal y social, desde la trasformación de hábitos, costumbres y formas de comportarnos como especie.

Su trabajo aborda cuestiones espirituales y psicológicas de la era nuclear, tratadas a través de sus talleres y libros, como “La desesperanza y el poder personal en la era nuclear”, “El dharma y el desarrollo!”; “Pensando como montaña”; “La causalidad recíproca en el budismo y la teoría general de sistemas”; “El libro de las horas de Rilke” y “En alabanza de la mortalidad”; “El gran giro” y otros.

El término la “Ecología profunda” (Deep Ecology), acuñado en 1973 por el filósofo noruego Arne Naess, considera a la humanidad como parte de su entorno, entendiendo que ésta podrá sobrevivir a las graves crisis sobre todo ecológicas que vivimos, únicamente si se proponen desde gobiernos e instituciones cambios culturales, políticos, sociales y económicos.

Durante gran parte de su vida ha desarrollado un profundo activismo social para producir un nuevo paradigma, el de un cambio profundo desde el propio ser, con un enfoque filosófico-espiritual-budista, para lograr transformar la generalizada apatía que se vive frente a la crisis ecológica y social.

Su convencimiento de que aún podemos hacer cambios en la situación ambiental, lo expresa en su libro “El gran giro”. Dice: «al igual que todas las verdaderas revoluciones, el Gran Giro le pertenece al pueblo… Desde niños restaurando arroyos y limpiando playas, hasta vecinos al interior de la ciudad plantando huertos comunitarios, habitantes de la selva lluviosa compartiendo enseñanzas y bloqueando oleoductos o innumerables acciones climáticas para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero, una inimaginable ola de actividad humana está en marcha».

CONVICCIÓN | Agrega Joanna: «vivimos en un tiempo extraordinario sobre la faz de la Tierra. Poseemos más desarrollo técnico y conocimiento del que nuestros ancestros pudieron haber soñado. Nuestros telescopios nos permiten ver a través del tiempo lo comienzos del universo; nuestros microscopios abren los códigos principales de la vida orgánica; nuestros satélites revelan patrones climáticos globales… ¿Quién hubiera imaginado tal abundancia de información y poder, incluso un siglo atrás?»

Entiende que estos adelantos tan acelerados han hecho mella en nuestro pequeño planeta. Por ello piensa que se deben tomar medidas ya, debido a que tanto daño, indefectiblemente y en breve plazo, tendrá sus nefastas consecuencias. Opina Joanna: «al mismo tiempo somos testigos de la destrucción de la vida a una magnitud que ninguna generación pasada, en base a la historia documentada, se enfrentó. Ciertamente nuestros ancestros conocieron la guerra, las plagas y la hambruna; civilizaciones enteras, como la fenicia y la Roma imperial, se hundieron cuando cortaron sus árboles para fabricar barcos de guerra y convirtieron sus tierras en desiertos. Pero ahora no sólo es un bosque aquí y unas tierras arables y zonas pesqueras por allá; hoy en día especies enteras, culturas y ecosistemas a nivel global mueren”.

Pero Joanna va en una dirección que trasciende la acostumbrada actitud pesimista y desesperanzadora. Y esa es su bandera, que lleguemos a comprender que mucho tenemos por hacer desde ya, porque el tiempo se acaba y para revertir en parte lo que nos sucede como especie, deberemos cambiar muchas costumbres y hábitos arraigados.

Entiende que el planeta es presa no sólo de malas prácticas industriales, agrícolas, militares sino que además recibe todos los desechos que estas actividades producen. «Quizá los científicos tratan de comunicarnos lo que está en juego cuando quemamos las selvas lluviosas y combustibles fósiles, cuando vertemos contaminantes tóxicos al aire, el suelo y el mar, y cuando usamos químicos que devoran la capa de ozono protectora de nuestro planeta. Pero sus advertencias son difíciles de escuchar, pues la nuestra es una Sociedad de Crecimiento Industrial, en la que la economía depende de un consumo interminable de los recursos. Para mantener sus motores de crecimiento, la Tierra es proveedora y basurero a la vez. El cuerpo del planeta no sólo es extirpado y transformado en bienes comerciales, sino que también sirve de ‘coladera’ para los subproductos venenosos de nuestras industrias. Si sentimos de alguna manera que el tiempo se acelera, estamos en lo cierto».

El panorama no es bueno, todos lo saben, aún así, expresa Joanna que lo peor es no tomar acción al respecto y quedarnos paralizados esperando que algo suceda. Este aspecto opina Joanna, no es una solución sustentable, preguntándose «¿Qué es lo que les espera a nuestros hijos? ¿Qué quedará para aquellos que están por venir? Estamos demasiado ocupados para pensar en ello. Tratamos de cerrar nuestras mentes a los escenarios de pesadilla, del deseo y la guerra en un mundo devastado y contaminado».

Su trabajo tiene que ver con mirar desde una perspectiva más alentadora, porque cuando se sabe que algo está mal pero que puede salvarse, que aún existen esperanzas, los esfuerzos se redoblan para buscar soluciones.

Frente a este panorama, entiende que hay dos caminos, sumirnos en la desesperanza y la inacción o centrarnos en reconectar con nuestro ser y con nuestro mundo, o sea con la vida. «Al vislumbrar la imposibilidad de la Sociedad de Crecimiento Industrial es común que nos embriague una mezcla de sentimientos; desde odio, culpa, tristeza…Es aún más común que la magnitud de los problemas nos lleve a la parálisis, represión o completa negación. La noción de entumecimiento psíquico ha sido expandida y aplicada a la crisis ecológica. Esta sociedad fomenta el entumecimiento de la población ya que es la única manera en la que su insostenible paso puede ser perpetuado por un tiempo limitado. Al instigar una disociación colectiva, la población pierde acceso a gran parte de su poder y sus derechos, siendo forzada a reprimir su voz y congelar los recursos necesarios para actuar en pos de su bienestar, el de la sociedad, las especies no-humanas y el planeta entero», dice.

Cree que este aspecto es el causante de mucho de lo que nos sucede y que insistimos en no ver, Dice Joanna: «todo pronóstico honesto apunta al mal tiempo que nos aguarda. La Sociedad de Crecimiento Industrial no es sustentable debido a que depende del consumo acelerado de los recursos. A pesar de graves predicciones, es posible elegir la vida; todavía podemos actuar para asegurar un mundo en el que se pueda vivir».

Dice que pese a que existe una economía global que nos está destruyendo, es posible satisfacer nuestras necesidades sin destruir nuestro sistema de soporte vital. «Porque también está la inteligencia y los recursos para producir suficiente comida, asegurar aire puro y agua limpia y generar la energía requerida utilizando el poder del sol, el viento y la biomasa. Si tenemos la voluntad, tendremos los medios para controlar la población humana, para desmantelar armas y evitar guerras y para dar a todos una voz democrática de auto-gestión». Opina que elegir la vida pasa por dar el gran cambio, que si todos nos comprometemos con él, es un camino seguro y posible.

Frente a cualquier problema, siempre existe una posible solución y es hacia allí que Joanna apunta. Su propuesta a «elegir la vida», representa una aventura pero que requiere de mucha valentía y solidaridad, desde vecinos que crean huertas comunales, desde activistas que retrasan la tala de árboles, hasta utilizar energía eólica donde hay escasez de energía. Así, entiende la experta, se puede revertir de a poco la situación, a partir de organización de grupos que actúan conjuntamente. «Puede que ésta actividad humana multifacética en favor de la vida no obtenga los titulares de los noticieros, pero será lo más valioso para nuestra descendencia. Pues si habrá un mundo para aquellos que vienen después de nosotros, será porque hemos llevado a cabo una transición de la Sociedad de Crecimiento Industrial a una sociedad que sustenta la vida. Nuestros descendientes, lo verán como algo que marcó una época. Mientras que la revolución agrícola duró siglos y la revolución industrial tomó generaciones, está revolución ecológica tiene que ocurrir en cuestión de pocos años.  Tiene también que ser de mayor alcance, involucrando no sólo la economía política, sino también los hábitos y valores que la promueven0.

 

 

RECUADRO

La aventura de la revolución

 

«Este es el tiempo más asombroso para ser un Humano sobre la faz de la Tierra, justo ahora, en este tiempo que vivimos, porque hay actividades que hemos realizado como humanos, fuerzas que están teniendo un gran impacto negativo en los sistemas vivos de nuestro planeta, en nuestros ecosistemas. Podemos dejarlas seguir impactando negativamente nuestros ecosistemas, o podemos dar un giro, un cambio al rumbo de las cosas y aportar nuestra creatividad y nuestra pasión para seguir viviendo en este exquisito e irrepetible planeta Tierra. Se trata de hacer uso de nuestra conciencia auto-reflexiva, para tomar parte en esta aventura increíble, que ni siquiera nuestros ancestros pudieron prever con anticipación. Hay diferentes nombres para esta gran aventura, uno de ellos es ‘revolución’. ¡Qué momento para estar vivo! Cada uno de nosotros tiene algo magnífico para contribuir en este Gran Giro o Gran Cambio. Estoy convencida de ello», dice Joanna Macy.

Por Yudith Píriz.

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