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Miguel Soler Roca: homenaje al maestro agredido ante su desaparición física

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Para continuar recordando el Día del Libro, que se celebra cada 26 de mayo en Uruguay y, entendiendo que el libro y la educación no pueden separarse, es momento de hacer un especial homenaje a la educación pública y como fiel representante de ésta, a un maestro de esos que dejó una huella imborrable dentro y fuera de las aulas y que acaba de fallecer.

Cada época tuvo sus crisis, complejas situaciones que marcaron una brecha entre los ideales y la realidad en la que estaban inmersos. Uno de esos ámbitos fue la educación, que ha padecido desde siempre la influencia de desequilibrios económicos y sociales que propiciaron serias crisis. No existe una educación integradora y comprometida, bajo condiciones no favorables para su normal desarrollo.

Sólo los más arriesgados y con fuerte vocación, son los que continúan creyendo que es posible y que se pueden aventurar al cambio. Uno de esos arriesgados y comprometidos, fue el maestro Miguel Soler Roca.

Eran otras crisis y otros tiempos, de todos modos y a pesar de la distancia, también debieron al igual que hoy, buscar estrategias para hacer frente a una difícil situación. Sin héroes ni mártires, los seres humanos nacimos para aprender, de todo y en cada ocasión que la vida nos presente.

Soler Roca fue uno de esos arriesgados y valientes maestros que mostró que se podía y que luchó hasta el cansancio para demostrarlo. Pionero y fiel representante de una educación pública significativa, le hizo frente a la crisis social, económica y cultural que vivía el Uruguay de mediados del siglo pasado.

EDUCACIÓN | La historia de Soler Roca tiene mucho para enseñar sobre cómo enfrentar situaciones donde la pobreza, el hambre y la falta de políticas sanitarias, eran la  constante. La precariedad y la falta de recursos dedicados a la educación del medio rural, fueron para este maestro, un llamado a la acción. Así, enfrentó un desafío que entendió un tema de urgencia nacional.

El compromiso de Soler Roca, no sólo era con la educación sino que también era con las condiciones para una vida digna, por eso dejó un legado que merece estar presente para la construcción de una sociedad más sabia y más libre.

El maestro Soler Roca, gran amigo y colega de Julio Castro, falleció el pasado 19 de mayo, dejando un trabajo que tuvo mucho de Quijote, enfrentando a una sociedad con grandes desigualdades sociales y económicas, con las armas que tenía, la educación y el compromiso.

En una entrevista que le realizaron a Miguel Soler un año después de haber sido reconocido por la Universidad con el título Doctor Honoris Causa, se le preguntó: “¿Maestros eran los de antes?” y respondió: “Yo no creo en el maestro apóstol ni en el maestro sabelotodo. Creo en el educador profesional con sus componentes éticos y profesionales”.

 

SU OBRA | Poseedor de una larga trayectoria en la educación, Soler Roca fue maestro de escuelas rurales. Fue el creador en la década de 1950 de una experiencia educativa llamada «Primer Núcleo Escolar Experimental de La Mina», pequeño pueblo de Cerro Largo.

En una nota de La República en el año 2000, titulada “En la Mina está enterrada la Escuela rural de avanzada que construyó Miguel Soler”, de Ettore Pierri, se hace referencia a este maestro. “Esta es la historia de un crimen. El escenario es un pueblo agobiado por el latifundio y devastado por la miseria, donde ya casi no queda nadie. La víctima es una magnífica experiencia docente que mereció reconocimiento mundial por la Unesco… El maestro era joven y acababa de llegar al pueblo. Estaba hablando con un hombre de apellido Santos, quien ya con 80 años a cuestas, vivía solo en un rancho triste que amenazaba con derrumbarse. Cuando el maestro le preguntó qué opinaba sobre los problemas que sufría la gente del lugar, Santos lo miró con los ojos muy abiertos y se puso a llorar. ‘No sé por qué lloró’, comentó esa misma tarde el maestro en una reunión y le explicaron: ‘Lloró de felicidad, porque fue peón toda su vida y nunca le habían preguntado qué opinaba. Siempre lo trataron como a una herramienta y vos hiciste que se sintiera un ser humano. Por eso lloró’”.

En La Mina, un grupo de maestros piloteaba una fermental experiencia que prometía renovar a la escuela rural uruguaya. En ese poblado, ubicado casi sobre la frontera con Brasil, aún hoy mucha gente recuerda a esos maestros, en particular a quien los conducía, Miguel Soler.

Fue en 1954 que Soler y otros maestros, casi sin recursos, fundaron en La Mina el Primer Núcleo Escolar Experimental, que abarcó a siete pequeños pueblos dispersos en un área de 250 kilómetros cuadrados. Esas localidades, que en conjunto tenían 2600 habitantes, constituían una zona agrícola donde predominaban pequeñas explotaciones familiares rodeadas por grandes estancias y rancheríos en expansión.

En esa zona, donde según subrayó Soler había «mucha gente sin tierra», de cada 100 habitantes con 15 y más años de edad, 30 no sabían leer ni escribir y ese porcentaje trepaba al 53% en Paso de María Isabel, que jamás había tenido escuela. Toda la región donde operaba el Núcleo carecía de agua potable, energía eléctrica, servicios médicos y teléfonos públicos. Sufría graves problemas en materia de nutrición, salud, vivienda y enseñanza y registraba uno de los índices más altos de pobreza que se extendía en el norte uruguayo, dominado por inmensos latifundios. Radicados en ese medio, integrados a quienes vivían allí, Soler y su equipo básico pusieron en práctica programas de trabajo que de acuerdo con documentos publicados por el propio Núcleo, «daban continuidad a todo lo que se venía sosteniendo en el país en cuanto a la necesidad de liberar al campesinado uruguayo de una situación de progresiva marginalidad socioeconómica».

 

TRABAJOS | En La Mina, subrayó Soler “el maestro ocupaba su puesto de vecino no para sustituir a la gente en la obtención de un mundo mejor sino para construirlo con ella”. En poco más de seis años, el Núcleo desarrolló una espléndida labor comunitaria que comenzó a mejorar significativamente la calidad de vida en los siete pueblitos que cubría con su red de escuelas.

Aumentó considerablemente la matrícula escolar, abatió el analfabetismo, promovió las huertas familiares, logró cobertura médica total para la zona, impulsó la creación de cooperativas y promovió el deporte y las actividades recreativas y artísticas. Regularizó el funcionamiento de los comedores escolares.

Instaló una huerta en cada escuela, donde niñas y niños participaban en la producción y preparación de los alimentos. Se creó la Sociedad Vecinal de Fomento Rural, organizada como cooperativa con unas 400 familias de las siete zonas que integraban la red. En la salud, desarrolló una intensa labor de prevención, educación sanitaria, control de embarazos, vacunación, nutrición, servicio odontológico y primeros auxilios y multiplicó la realización de clínicas materno-infantiles.

Se asesoró a las personas en trámites de pensiones, asignaciones familiares y jubilaciones y logró que pudieran cobrar esos beneficios en la escuela más próxima para evitar largos desplazamientos a través de caminos casi intransitables.

Editó revistas infantiles, mejoró las bibliotecas escolares, llevó el cine y el teatro a zonas apartadas, distribuyó material alfabetizador y publicó miles de «hojas instructivas», cada una de las cuales trataba un problema o necesidad del medio.

Hoy ya no queda nada del Núcleo, salvo recuerdos que aún nutren la memoria colectiva de La Mina, donde sigue vivo el recuerdo de Soler. Dice una vecina del lugar: “con Soler la gente estaba aprendiendo a valerse por sí misma, a mejorar su vida con su propio esfuerzo, a construir ese mundo mejor del que tanto hablaba el maestro. Por eso habrá sido que la cosa no le gustó a tanto estanciero que andaba por ahí, mirando de reojo lo que Soler estaba haciendo aquí. Y por eso habrá sido que mataron lo que él hizo”.

El objetivo principal del núcleo fue ayudar a vivir mejor a la comunidad rural. Las experiencias que se venían dando confirmaron que las escuelas rurales y sobre todo las escuelas granjas, podían incidir en el futuro de la juventud y en el desarrollo de proyectos de trabajo en el sentido económico, generando sentimiento de arraigo y solidaridad al medio rural.

Dijo Soler: “Uruguay tuvo una educación de alto prestigio, internacional y sobre todo en la región latinoamericana porque a partir de José Pedro Varela, se esforzó por tener un nivel educativo de amplia cobertura y de alta calidad. Después las cosas se fueron degradando en cuanto el país todo empezó a sufrir las consecuencias de la reestructuración de la economía mundial. Todo se fue debilitando, la educación, la salud pública y otros sectores empezaron a padecer carencias, que eran en realidad carencias que afectaban a toda la sociedad y al Estado. Pero además influyen las elecciones nacionales de 1958 y el triunfo del Partido Nacional. Lo que pasó fue que el Partido Nacional, en acuerdo con el Ruralismo del señor Nardone, constituyó un Consejo de Enseñanza Primaria que infortunadamente estaba compuesto por personas incompetentes, irresponsables, de naturaleza ética totalmente negativas. Durante ese período, la educación primaria resultó afectada por un proceso de descalabro, de desmantelamiento, de afectación profunda de todo aquello que había venido construyéndose”.

Miguel Soler Roca dijo en el Paraninfo de la Universidad de la República el 14 de Julio de 2006: “A quienes hoy están estudiando me permito decirles: no se conformen con aprobar sus personales exámenes ni con conquistar sus codiciados y merecidos títulos. No ahoguen sus dudas en cualquiera de las formas del éxito; movilícense en busca de respuestas, piensen en cómo poner los saberes adquiridos a disposición de un país que los necesita, desesperadamente, para brindar sus frutos a esa tercera parte de nuestra población a la que hemos dejado a mitad de camino. No se culpabilicen; pero eviten caer en las tentaciones de una sociedad planetaria que nos necesita enajenados, competitivos, egoístas, buenos consumidores y, sobre todo, distraídos”.

Por Yudith Píriz.

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