Sociedad

Denisse Legrand, de «Nada crece a la sombra» y el trabajo en contextos penitenciarios

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Hace pocos días, en una entrevista que le realizara Denisse Legrand para La Diaria, Alfredo Clavijo, Jefe de la Guardia Republicana, dijo que “si no le ganamos a la cárcel, no le ganaremos a la calle”, en referencia a la enorme conflictividad de los centros de reclusión, donde la violencia es el único modo de resolución de conflictos entre la población privada de libertad.

Denisse Legrand es una joven Licenciada en Gestión Cultural, Editora de feminismos de La Diaria y además Coordinadora del colectivo “Nada crece a la sombra”, que desde 2014 trabaja en los contextos carcelarios con el objetivo de tender puentes entre el interior y exterior del sistema penitenciario. En una extensa charla Legrand fue desnudando una realidad que en algún momento calificó como “lo peor de lo peor” que podemos imaginarnos.

LS: “Nada crece a la sombra” se creó en 2014, coincidentemente con la campaña No a la baja.

DL: Exactamente, el origen de Nada crece a la sombra como colectivo, como proyecto, nace en el marco de la campaña No a la baja, en un momento que se hablaba mucho de la cárcel como solución a todo, pero había pocas alternativas sobre la mesa de la discusión, hablamos del plebiscito en sí, que fue un momento muy importante e histórico, pero faltaba conocer qué había del otro lado y qué se podía hacer, cómo podríamos aportar. En ese momento decidimos entrar aunque no teníamos mucha idea dónde estábamos yendo, teníamos los mismos miedos y prejuicios del común de la gente.

LS: ¿Y con qué se encontraron?

DL: Nos encontramos con un universo a explorar muy interesante, muchos de nosotros seguimos nuestra formación profesional específica en esa área, también fuimos ampliando el grupo y la propuesta socioeducativa en sí misma, hasta hoy que tenemos cinco talleres con tres grupos. Básicamente hacemos 15 talleres por semana con un grupo fijo que trabaja de lunes a viernes, es un desafío nuevo esto de insertarnos en la cotidianeidad y la rutina, los talleres socioeducativos son una excusa para pasar a formar parte de los contextos de encierro y ver las posibilidades de reorganizar estas rutinas que están muy acostumbradas a organizarse a través de la violencia, tratar de ver si existen alternativas para organizar esas rutinas.

LS: ¿Cuál es el vínculo con el Estado, es a través de convenios?

DL: Nosotros creemos que las políticas públicas y las políticas de rehabilitación en tanto políticas públicas, no deben solventarse con la buena voluntad de la gente, porque lo que termina pasando es que la gente se va, los presos se quedan y solo podrían quedar adentro las congregaciones religiosas. Desde 2014, que comenzamos a trabajar, recién el año pasado logramos tener 10 contratos zafrales del Ministerio del Interior, es decir que 10 de los 30 compañeros que trabajaban pudieron estar contratados con un monto de 20 mil pesos nominales por ocho horas por día.

Este año tenemos 11 contratos de otros 11 compañeros, quienes tuvimos contrato el año pasado este año no lo tenemos porque son contratos zafrales que no permiten la renovación. Estamos viendo cómo redistribuimos nuestros recursos, porque parte de lo que nos interesa demostrar es que las propuestas socioeducativas en tanto políticas públicas son sustentables, son viables y también son viables de llevar adelante por técnicos y profesionales que quieren trabajar de esto.

LS: ¿Cuál fue esa primera impresión al ingresar?

DL: Sí, la cárcel es un lugar cruel, muy hostil, que plantea condiciones estructurales muy duras y muy violentas hacia las personas y también plantea condiciones de relacionamiento muy duras. Hay un imaginario que tiene una construcción, la cárcel no es “el marginal” 24 horas, pero si mayoritariamente tiene muchas características de eso que vemos o imaginamos, la miseria, la violencia y demás. Es muy difícil describir todo lo que se vive y es difícil también ver a un ser humano sobreviviendo ahí dentro, porque las condiciones hacen que las personas se relacionen sólo a través de la violencia, porque hay un orden jerárquico, todo se consigue a través del delito o del enfrentamiento.

 LS: ¿Puede decirse que es un conflicto permanente igual al que la sociedad tiene en sus calles?

DL: Sí, hace unos días le hice una entrevista a Alfredo Clavijo, el Jefe de la Guardia Republicana y decía que si no le ganamos a la cárcel no podemos ganarle a la calle, debemos mejorar las condiciones de seguridad en las cárceles para mejorar la seguridad en las calles, porque lo que se ve en las cárceles es una muestra de lo que pasa en la calle y efectivamente hay una población que comete delitos, es privada de libertad y luego sale pero la cuestión es que seguimos reproduciendo con ciertas poblaciones la falta de estrategias o seguimos reproduciendo las mismas estrategias, las punitivas, la persecución con un uso desmedido de la fuerza, sin tener una estrategia sobre para qué perseguimos el delito.

El delito hay que perseguirlo, eso no está en discusión y hay que trabajar mucho sobre la responsabilidad del delito, pero cuando se logra captar a las personas y forman parte del sistema penal, debemos proponer otra cosa, una revinculación para que las personas cuando vuelvan a vivir en la calle, no sigan reproduciendo esas conductas intensificadas por todo lo que significa haber pasado por el sistema penal.

Toda esa gente más tarde o más temprano vuelven (a la sociedad), entonces tenemos que trabajar para esa vuelta, no solamente tenemos que trabajar con aquellas personas que van a volver, sino también trabajar con quienes les vamos a recibir al volver.

LS: ¿Se ha instalado una idea, a modo de pancarta política electoral, respecto al control del delito, por un lado el que muestra los mejores o peores números y por otro quienes prometen controlar mejor y lograr mejores resultados?

DL: Controlar el delito es una utopía ¿Qué es controlar el delito? ¿Quién podría decir hoy que controla el delito? Me parece que tenemos que dejar de pensar que esto es una guerra, que es “ellos contra nosotros”, o que a través de la fuerza le vamos a ganar, porque hay que pensar que muchas de estas estrategias suman también a la acumulación de la violencia y la violencia se derrama siempre, entonces también tenemos que pensar que esto no es una competencia, esto no es mostrar que gana la policía y no los delincuentes como a alguna gente le gusta decir, esto va por otro lado. Si hablamos de políticas de seguridad, debemos hablar sí de control y represión, pero tenemos que hablar también de cómo logramos tener una cohesión social para que no se nos vaya la vida en la persecución del delito.

LS: ¿Y cómo podría lograrse ese objetivo?

DL: No vamos a poder estar toda la vida persiguiendo a una persona, lo que debemos esperar es que esa persona en determinado momento adquiera autonomía y se dedique a otra cosa, ahí termina el rol de persecución y podemos pasar a ser un Estado que está presente de otra forma. No es lo mismo la experiencia que he tenido yo como privilegiada, donde el Estado se relaciona conmigo a través de la salud, de la educación, saneamiento, iluminación, cuestiones básicas con las que todos nos relacionamos, con otras poblaciones que el Estado que conocen es la Policía, es violento y de persecución. Eso genera una muy peligrosa desconfianza en las instituciones y en estos momentos tan duros que vivimos, que está viviendo nuestra región y nosotros también, la desconfianza en las instituciones es muy peligrosa porque ahí se juega la democracia, entonces tenemos que pensar un poco más en este tema de seguridad, que es mucho más que perseguir un delincuente.

LS: ¿Hay un discurso sobre la militarización y gente que reclama acabar con “el recreo para el malandraje”? ¿Cómo operan esos discursos?

DL: Creo que tenemos que encender un alarma pública sobre cuánto han aparecido en los últimos tiempos los militares como solución a todo y eso debería preocuparnos, primero porque los militares no son muy amigos de la democracia. Tenemos una Policía a la que debemos fortalecer, hay que profesionalizarla y darle la mayor capacitación posible para que logre herramientas eficientes, no solo a través del uso de la fuerza sino con el uso de la inteligencia, los militares tienen otra función, otra doctrina, otra forma de pensar, no precisamos militares para perseguir el delito, precisamos que haya oportunidades para que la gente pueda desvincularse del delito, o pueda dejar de dormir en la calle, que pueda recibir políticas de salud, de educación.

Las opciones laborales que pensamos para los jóvenes deben ser opciones desafiantes, yo qué puedo elegir, entre tener un arma, tener mujeres, tener poder y dominar un territorio, o ir a limpiar un baño, y por ahí es donde está ganando el narcotráfico, porque el narcotráfico les ofrece opciones muy seductoras.

LS: Danos una aproximación al cómo son esos talleres socioeducativos que realizan en el sistema carcelario.

DL: Nosotros tenemos cinco talleres, de música, teatro, fútbol, cine y radio, cada uno de esos espacios es un espacio de construcción horizontal; son herramientas que nos permiten insertarnos en el territorio y trabajar juntos en proyectos creativos, en razonar cómo las rutinas pueden ser alejadas de las opciones de la violencia, pueden tener capacidad creativa asociada a cuestiones que les permitan zafar del encierro, no desde lo económico sino desde lo mental.

Muchas veces nos cuestionamos por qué no hacemos talleres laborales, la respuesta es que tratamos de desarrollar talleres que lo que pretenden es fortalecer las habilidades sociales, esas cosas que todos nosotros adquirimos desde muy chicos, porque nos criaron con determinadas condiciones, que son las que nos hacen soportar un trabajo, ir por la calle y no agarrarnos a piñas, poder vivir en sociedad, entonces para nosotros es importante a través la metodología del espacio del taller, dar la oportunidad de que las personas se relacionen por un momento de otra manera.

 LS: El promedio de edad de la población privada de libertad ha bajado mucho ¿Qué diferencias han encontrado entre Comcar e INISA?

DL: Nuestras cárceles tienen una población extremadamente joven. El 85% de las personas tienen menos de 29 años, las características son muy similares, ambos son sistemas que no tienen demasiadas herramientas para proponer rutinas alejadas de la violencia, sí hay una cuestión que me parece bien diferente y es que mientras el sistema penal adulto tuvo una oportunidad y una voluntad política de decretarse una crisis carcelaria en 2005 y generar una reforma penitenciaria, el INISA no lo hizo nunca, ha cambiado el nombre pero no ha cambiado la esencia, ahí estamos hoy en un momento muy particular, porque hay una baja histórica de la cantidad de adolescentes privados de libertad, son menos de 300 en este momento, es una realidad más que abordable, pero lo que le seguimos ofreciendo a los adolescentes es encierro y violencia.

Hay un estudio que da cuenta que los adolescentes pasan hasta 22 horas de encierro por día y el promedio es de 18 horas de encierro diario. Además quien te cuida es también el que te lastima, cuando se monta eso en una trayectoria de vida, es muy difícil de romper. Las adolescencias en conflicto con la ley están atravesando sanciones penales muy duras, y tienen como destino inminente el Comcar, lo raro sería que esos jóvenes no terminen en el Comcar.

LS: ¿Cuál es la situación de las cárceles de mujeres?

DL: Como en todos los sistemas las mujeres son las olvidadas, hay estrategias que no se piensan para mujeres y cuando se piensan las estrategias se piensan desde un lugar muy estereotipado, es la mujer madre, y sobre ella cae una doble condena, la condena penal por el delito que cometió y la social, porque de las mujeres no se espera que cometan delitos, entonces se paga muy fuerte con la discriminación en la comunidad, el alejamiento de los vínculos más básicos, lo que es la crianza de los hijos.

Una gran diferencia es que en las cárceles de hombres siempre hay visita, pero prácticamente las mujeres no reciben visitas. Cuando un hombre está privado de libertad hay una pareja, hay una madre, siempre va a haber una mujer que lo va a visitar, en cambio cuando la mujer comete un delito, muchas de las parejas se rompen, las mujeres estamos asociadas a tareas de cuidados y los varones no ocupan estos roles, hay un abandono en general de la población femenina privada de libertad. En Uruguay hay 15 mil niñas y niños que tiene madres, padres o responsables en situación de privación de libertad.

LS: ¿Qué pasa con las familias de las personas privadas de libertad?

DL: Las familias sufren un deterioro muy fuerte, hay desvinculación, también hay estigmas, no hay un apoyo y no solamente no hay un apoyo sino que no vemos cuánto direcciona la cárcel, no solo desde el punto de vista social sino en lo vinculado a la salud. En ningún lugar hay tanta tuberculosis como en la cárcel, el VIH, enfermedades infecto contagiosas que también ponen en riesgo a las familias y ponen en riesgo a la salud pública, porque no es gente que vive en una comunidad y están en una isla, no, es parte de la salud pública.

LS: En qué situación está la población trans y cómo influyen las políticas de género en el sistema penitenciario?

DL: Hay un departamento de género en el INR que viene trabajando muy fuerte con la población trans, que es la población más vulnerada del país, con una esperanza de vida de 35 años, de alguna manera, porque hubo voluntad política de este departamento, pasaron a ser un sujeto activo de este sistema, aunque siguen siendo las más vulneradas siempre.

El año pasado nos tocó trabajar todo el año y este año volvemos a trabajar con ellas y nos encontramos con una población con vulneraciones que atraviesan en la privación de libertad que son increíbles, cuando uno lo vive al ver que todas esas trayectorias fueron atravesadas por el abuso, que todas sin excepción fueron atravesadas por la violencia, por la exclusión, ahí tenemos que cuestionarnos un montón de cosas, esta población está en Comcar porque no tienen el cambio de sexo registral.

El compromiso que debería tener mi generación entre otras, porque fue una de las que peleó por la agenda de derechos, es incorporar la perspectiva de clase a la agenda de derechos, hicimos de estas leyes para nosotros, y le estamos errando, tenemos que pensar cómo, por ejemplo, la regulación del mercado de la marihuana llega al cante, porque no hicimos esta ley solamente para dejar de fumar paraguayo, peleamos por esta ley para que haya una reducción de daños en la política de drogas, para regular los mercados de los más vulnerados también, porque ahí es donde se provoca la violencia.

 

Por Jorge Gambetta.

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