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Elucubraciones semanales, edición 28/02/2023: Los rapiñeros, la guerra y otras minucias

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En el último suspiro del siempre breve febrero (aunque de tanto en tanto tenga 29 días), la columna elucubradora se presenta de nuevo ante usted con el objetivo de encontrarle el pelo al huevo en un presente tan dinámico que no permite analizar ni siquiera lo que pasó ayer sin temor a pensar que ya nos quedamos demasiado atrasados con las novedades. Por suerte en este espacio, en ocasiones “primereamos”, porque hay cosas que a los “mass –media” (como le decíamos en el siglo pasado), no les interesa demasiado.

Y ahora que pienso, es todo un privilegio esto de ser de una generación que nació en el siglo pasado y que ahora se defiende para seguir viviendo en el XXI, con todo lo que ello significa. Hay veces que me siento demasiado aferrado al pasado (musicalmente estoy súper retro, me resultan ajenas la mayoría de las presentes tendencias musicales, incluidas las supuestamente vanguardistas), pero hay otras ocasiones en que celebro poder evolucionar junto a las posibilidades que me brinda la tecnología y poder ser testigo de la caída de muchas estructuras que en el siglo pasado, nos condicionaban la vida a muchos de mi generación.

Yo ya le he dicho acá mismo (de qué no le he hablado a esta altura del partido, me pregunto), que mi generación es hija de la dictadura y que eso significa que fuimos educados (si quiere le hablo solo por mí), en un mundo de estructuras, miedos y represiones, que han marcado nuestras vidas.

Esto no se puede, aquello tampoco, tené cuidado con eso, que no te vean, algo habrá hecho, en algo andarán; firmes, paraditos ante la maestra, callados, no se puede correr, no se puede saltar, no se puede reír, no se puede bailar, no se puede tener pelo largo, no se puede, no se puede, no se puede. Y encima, lo que se podía, era todo tan aburrido que desanimaba.

Por eso ver hoy la libertad con que las nuevas generaciones se quieren –o se odian-, es para este escriba una agradable novedad. Es una alegría vivir en un tiempo en que nadie puede ordenar cómo hay que comportarse vincularmente, vivir en un mundo no reglado por normas arcaicas impuestas por señores y señoras de la moral medieval, que no se permiten ni permiten, ser felices.

Usted se estará preguntando por qué salió con todo esto éste loco cuando el tema Astesiano sigue tan jugoso. Es que en esta historia de buscar las cosas no importantes de la agenda, en estos días se difundió un video en el que Manini Ríos plantea su rechazo al aborto y otra nota en la que se menciona que él u otros cabildantes –no recuerdo-, cuestionan a la coalición que integran por no avanzar en la aprobación de leyes que limitan algunos derechos conquistados, no en los gobiernos del FA (que sólo fue una herramienta), sino a lo largo de décadas de lucha encabezadas por movimientos sociales o por personas que han ido contra determinadas prohibiciones o usos sociales prohibitivos de otrora.

Por supuesto que todos sabemos que Manini Ríos es heredero de los gorilas que en el pasado se dedicaban a prohibir, así que no debería de extrañar que él quiera en el presente dedicarse a prohibir, vigilar y castigar a quien no se porta como él quiere. También le he dicho acá que estoy convencido que el mayor éxito electoral de los cabildantes fue en la elección pasada y que en la próxima estarán por debajo de lo que obtuvieron en 2019, pero el problema con esta gente (con la extrema derecha), es que cuantos menos son, más violentos se vuelven. Así que yo siempre estoy alerta a sus discursos y le recuerdo de vez en cuando en qué andan, para que no permitamos que le vuelvan a rapiñar los sueños a toda una generación.

Pero no hay que dar más por el pito que lo que el pito vale, dice el dicho popular y por ello es tiempo de dejar los trasnochados deseos de los cabildantes y poner el foco en otro lugar. ¿Astesiano, dice usted? Sabe qué pasa, la estrategia de “enchastrar” la cancha con la salida de los familiares del “Fibra” (ahora también apareció un milico contando una historia increíble en la que involucra a Lacalle Pou con un pago de no sé cuántos millones de pesos), sus declaraciones a los medios, las amenazas públicas y todo eso, me dejan sin ángulo desde el que abordar el asunto sin temer a meter la pata, así que quizás sea bueno esperar una semana –o más, vaya a saber-, para insistir con el best seller del verano (o la serie de Netflix, como ironizan algunos).

Mejor me voy al exterior, hacia donde hace tiempo no viaja la columna elucubradora. Se cumplió en la semana que pasó un año del inicio de la guerra en Europa. La guerra que pensé que no iba a comenzar, la guerra que pensé que rápido iba a terminar (vio que no soy buen analista internacional), se ha devorado la vida de miles de rusos y ucranianos (porque de los dos bandos mueren), y al parecer seguirá devorándose más vidas, ya que la retórica belicista no cede, por el contrario, aumenta y pone en peligro a la humanidad, porque si bien yo le he dicho que ya estamos cursando la tercera guerra mundial, hasta ahora la confrontación ha sido solapada, indirecta, pero está cada vez más cercana la confrontación directa, con armas de destrucción masiva de por medio.

Mire, cuando arrancó la guerra me enojé con el Vladimir (tiembla el pobre), a lo lejos entendí que la vía diplomática no se podía haber agotado, pero otra vez creo que me equivoqué, porque desde el arranque del conflicto ni a uno solo de los integrantes de la OTAN, se le ha dado por tener gestos que acerquen a la paz, muy por el contrario, no han parado de armar a la carne de cañón ucraniana. A esta altura, no dejo de pensar que están en una estrategia de desgaste para entrar definitivamente en el campo de batalla y desatar ahí sí, una nueva conflagración mundial.

Aprovecho para mencionar algo que me hubiera gustado destacar antes, pero no se presentó la oportunidad: los emisarios del imperio anglosajón, recorrieron la mayoría de las naciones americanas en los meses anteriores, invitando a enviar armas a Ucrania (a su vez les prometían mandarles nuevas), pero ni México, ni Colombia, ni Argentina, Ni Brasil, ni Chile, aceptaron enviar armas al conflicto. Desde la América Latina, no salen armas para esa guerra y me parece bueno mencionarlo.

Por suerte a Uruguay creo que no le pidieron armas, aunque si le pidieron respaldo para legitimarse en la ONU y allí fuimos como buenos corderitos y mocionamos pedirle a Rusia que abandone Ucrania, como si fuera cuestión de voluntad. Pero déjela ahí.

Última cosa: un Diputado colorado le quiere dar la nacionalidad por ley a los nicaragüenses expulsados por Ortega y hasta algún frenteamplista respalda la movida. No tengo mayores objeciones al respecto, pero el asunto me hizo acordar de una nota que vi durante la campaña electoral de 2019, cuando una extranjera residente en el país hace décadas, expresaba la preocupación de muchos residentes extranjeros que no pueden lograr la ciudadanía legal –si la residencia-, porque jurídicamente no existe esa figura en el país.

Esta mujer, formaba parte de un movimiento que buscaba sensibilizar a la clase política en época de campaña sobre la necesidad de una ley que habilitara la nacionalización, imagino que su planteo no debe haber sido contemplado aún, ya que nunca escuché a nadie más hablar de eso, pero eso sí, cuando algo se puede usar políticamente, salen raudos a sacar leyes de la galera. Incluso, para nacionalizar de apuro.

Disculpe que otra vez me extendí y no me queda ni espacio para la despedida. En siete días volvemos por acá, para seguir bailando a nuestro propio ritmo, sin que nadie nos marque la agenda.

Imagen ilustrativa tomada de la web.

Por Javier Perdomo.

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