Elucubraciones

Elucubraciones semanales: Seguridad social, plebiscito e internación compulsiva

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Raudo se va agosto y setiembre nos recibirá con todos sus colores si es que Santa Rosa y todo los temporales así lo permiten. En poco tiempo más, estaremos a 60 días de las elecciones nacionales y el ambiente electoral es escaso. Los coaligados cuestionando a Orsi hasta porque fue al baño y el candidato del FA llevando la campaña sin hacer olas, esperando que pase lo que se sabe que va a pasar. En las elucubraciones sabemos que la vida es incertidumbre y que eso es lo que la hace vida. Por eso nos atrevemos a escribir sobre el presente sabiendo que el futuro dirá que estábamos equivocados. Dejadas de lado las cuestiones metafísicas, nos introducimos en la agenda.

Hace siete días atrás le hablé de la postura negativa de este para nada humilde servidor sobre el plebiscito que busca habilitar los allanamientos nocturnos y esta vez comienzo centrándome en el otro plebiscito, el de la seguridad social, que parece estar preocupando mucho a una buena parte del sistema político, que ve cómo la gente no le está haciendo caso a los líderes partidarios y tiene altas posibilidades de ser aprobado el 27 de octubre.

El síntoma más claro de que el sistema político está viendo al plebiscito aprobado es la última amenaza de Álvaro Delgado, quien dijo que peligra el pago de las jubilaciones si se aprueba el plebiscito. Esa es la clásica frase asusta viejitas -vuelvo a decirle, con el respeto que ellas me merecen-, de desesperación, que no hace más que alimentar las dudas que la gente tiene respecto a la reforma aprobada por el gobierno y al sistema privado de pensiones en general.

Para este escriba de pueblo, esa es la principal interrogante a responder, por qué tanto afán en mantener el sistema privado de pensiones; porque no son Delgado y los coaligados -que diseñaron y votaron la última reforma-, los únicos que defienden el sistema, hay toda una camada de economistas y contadores que dicen ser de izquierda (por supuesto que no manejo una regla para medir izquierdismos), que si bien rechazan la última reforma, defienden la existencia del sistema privado y anuncian cataclismos similares a los anunciados por los coaligados.

Ya se lo dije en alguna edición elucubradora anterior, pero se la reafirmo, cada que los escucho argumentar en contra del plebiscito, más me reafirmo en mi intención de respaldar la papeleta del Sí. Y claro que no soy economista, claro que me llevo mal con los números y apenas si sé sumar y restar, pero eso no me hace dejar de sospechar ante tanta unanimidad, porque un economista o contador que dícese de izquierda, no me puede aplicar las mismas recetas que la derecha.

Mire, con la reforma que se aprobó en este período, nuevamente el sistema hace pagar a los que viven de su trabajo el peso de su ineficiencia o de su obsesión por el déficit de la “caja de jubilaciones” (como se le decía antes). Los regímenes de seguridad social no tienen por qué dar ganancias, es más, en casi todo el mundo son deficitarios y es Rentas Generales la que debe cubrir esos déficits como parte del rol social del Estado, que debe velar por el bienestar de todos sus ciudadanos, en especial de las infancias y de la tercera edad.

Más años de trabajo, con menos jubilación por menos tiempo de vida, es un “negoción” para el sistema. Pero además, te obligan a afiliarte a una previsora privada, que te cobra una comisión por administrarte un dinero que no vas a ver en toda tu vida, que especula financieramente con ese dinero tuyo que jamás vas a ver, que se llena de plata especulando con el dinero que aportaste y que te va a pagar una jubilación miserable al final del camino, que debe ser complementada por el Estado -es decir, por todos nosotros-, porque si no, te morís de hambre.

Al final, el famoso déficit que quieren evitar se produce igual, la diferencia está en que entre medio del Estado y usted, unos señores y unas señoras con mucha habilidad para los números, se hacen ricos/as con sus aportes jubilatorios.

¿Qué quiere que le diga? Tiene que haber una alternativa a esa forma de ver la macro economía. Me resisto a que primen los financistas sobre quienes tienen una perspectiva humana de la economía. No concibo que un índice económico sea más importante que el bienestar social. Ya sé que me responderá que en la economía ambas cosas van de la mano, pero no creo que así sea cuando siempre se termina optando por el recorte en el abajo y nunca en el arriba, como ocurrió con la última reforma de la seguridad social.

Le dicen a la gente que no pueden gastar más, que hay que hacer recortes, que hay que ajustarse el cinturón, en medio del obsceno lujo de los foros internacionales, en hoteles cinco estrellas de destinos exóticos, con cafecito y medialunas, servidos por una turba de mozos y mozas que van y vienen. Así cualquiera manda a recortar a la “peonada” del abajo.

Redondeando, le insisto, desconfíe de todos los que le dicen que se viene el mundo abajo si gana el Sí. El asunto es que son perezosos y no están dispuestos a poner a trabajar sus mentes en alternativas a los dictados del capital internacional. Bueno, se van a tener que poner a trabajar todos los Oddone, los Bergara, los Valcorba, los Ferreri en buscar otras formas, que seguro las hay, para cumplir los preceptos que marca la reforma sin espantar al capital que tanto les preocupa. Seguro que pueden, son inteligentes, solo que siempre terminan mirando para un solo lado. Me parece a mí, claro está, que no soy nadie y no peso en ningún tinglado.

Termino con otro asunto, porque eso de volver monotemáticas las elucubraciones no va con su autor. Resulta que estos días se habilitó la internación compulsiva a personas en situación de calle. No profundicé en los detalles de la ley que aprobó el Parlamento con los votos de los coaligados y que ahora entró en vigencia, pero no me queda duda alguna respecto es que es otra de esas medidas que quieren tapar el sol con un dedo.

Internar a las personas que duermen en la calle no hará que la pobreza baje, ni que las condiciones de vida de esas personas mejores; lo único que logra una medida de esas es sacar de la vista de “la gente de bien” a quienes por distintas razones tienen que vivir circunstancialmente (no creo que nadie quiera pasar su vida durmiendo a la intemperie), en la calle.

Estamos de acuerdo con que nadie debería vivir en la calle, pero no vivir en la calle, no significa que se lleva a la persona a dormir a un refugio por un tiempo. No vivir en la calle significa generar las condiciones para que esa persona no necesite hacerlo. Tampoco se trata de regalar nada, se trata de dar oportunidades de salud, de educación, de trabajo, de contención social, para que esa persona pueda ser, tener una vida relativamente normal.

Ahora, si lo que hace es sacarlos de la calle a prepo para internarlo en algún refugio, el “problema” seguirá estando presente y seguiremos siendo punitivistas y no humanistas.

Dichas estas cosas, ya comienzo a emprender la retirada, cual murguista melancólico, desorientado por la ausencia de tablados en los que mostrar sus dotes vocales. Yo no entono ni un himno, pero sí le digo que si todo sale bien, en siete días estaré llenando de letras la página 4 del periódico de pueblo. Hasta entonces.

Imagen ilustrativa, tomada de la web.

Por Javier Perdomo.

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