No estimada/o lector/a, en esta ocasión, esperanzado en no decepcionarle, decidí no esperar a los primeros datos del domingo para escribir la columna que a todo le entra; en siete días, ya con los números claros, le prometo entrarle al asunto como se merece y no a las apuradas. ¿Entonces qué caminos recorrerá el escriba de pueblo en estas líneas del último martes de noviembre? Ni uno mismo lo puede decir con certeza, pero usted sabe que en las elucubraciones no le hacemos asco a nada, así que podríamos elucubrar sobre lo que pasa fuera de nuestra burbuja, así que si tiene a bien saltar al siguiente párrafo, comenzamos.
Mientras los uruguayitos elegíamos a un nuevo Presidente el domingo pasado, el mundo está que arde, las acciones directas de la tercera guerra mundial comenzaron. La desesperación del lobby armamentista norteamericano por evitar que el republicano Donald Trump negocie detener el conflicto con Rusia una vez que asuma, llevó a que la Casa Blanca y sus títeres ucranianos dispararan con misiles yanquis a territorio ruso y casi de inmediato Rusia respondiera con un nuevo tipo de misil que, si hubiera llevado una ojiva nuclear, hubiese provocado una masacre nunca antes vista.
Anote por ahí, noviembre de 2024; los libros de historia del futuro es probable que hablen de estos días como los del inicio de la nueva gran guerra. ¿Será la del anunciado apocalipsis? Por el bien de todos, esperemos que así no sea, pero el panorama -que quede entre usted y yo-, está bastante jodido.
Es que esta es una guerra global y con focos diversos y dispersos; en algunos de ellos el centro de la discusión parece ser la religión, en otros la lucha por la libertad de tipo occidental contra eventuales o supuestos regímenes despóticos, pero lo que siempre está detrás es la economía; estamos ante una guerra por controlar y/o dominar los cada vez más escasos recursos fundamentales para la vida humana, pero el imperialismo norteamericano y sus secuaces europeos (también Canadá, Australia y Japón son parte del llamado mundo occidental), que han venido depredando el orbe, se encuentran con una cada vez más firme y potente oposición en distintos puntos del mundo.
Mire, para entender por qué se están peleando ahora en Europa hay que ir hasta la caída del bloque soviético (bueno, podríamos ir más atrás, pero no es necesario). La Rusia post comunista quedó devastada y casi bajo control de norteamericanos y europeos. El gobierno del pro-occidental Boris Yeltsin dejó que su país comenzara a ser cercado por bases de la OTAN en los países que antes habían sido sus países satélites o parte de la unión de naciones soviéticas. Polonia, Lituania, Estonia, Hungría y otras naciones eslavas comenzaron a llenarse de misiles apuntando contra la vieja Rusia.
Pero Rusia es muy grande y muy potente, por lo que su cabeza gacha ante Occidente no duró mucho tiempo. Ya al inicio de este siglo apareció en escena Vladimir Putin, el nacionalismo ruso despertó y la nación comenzó a hacerse fuerte otra vez a nivel planetario, despertando la preocupación de los yanquis que vieron cómo los rusos empezaron a ganarles mercados, se metieron a negociar en África (léase bien, a negociar, no a atropellar y expoliar como ha hecho el occidente cristiano y devoto), y junto a China, la India y otras naciones del sudeste asiático, están haciendo virar el centro del mundo. Ya no son los europeos y los yanquis la Policía del mundo ni los mandamases y ahí está la base del conflicto que se está desarrollando ahora, cuyas consecuencias aún son inimaginables.
Ucrania era una de las naciones ex soviéticas que sin estar sometida a los designios del Kremlin, mantenía una cierta distancia con Europa, pero movimientos locales y presiones internacionales provocaron una insurrección que derrocó al gobierno en funciones hasta 2014. Allí aparece la figura de Zelensky, que de payaso en la tevé ucraniana pasó a ser Presidente de una Ucrania pro occidental y beligerante con su vecino ruso, queriendo ser parte de la OTAN lo que implicaba la instalación de más bases norteamericanas, cada vez más cerca de la frontera.
De aquel 2014 al comienzo de la actual guerra, ocurrido ya hace más de un año y medio, fue cuestión de ir agregando leña al fuego. Le soy sincero, creí que una vez iniciada la fogata iba a primar la cordura y en lugar de seguir agregando leña, le iban a empezar a sacar brasas, pero no, lejos de eso están tirando árboles enteros sobre el fogón y estamos al borde de la guerra total.
La paradoja de todo este entuerto es que estamos esperando que asuma un misógino, racista, xenófobo y homofóbico como Trump a la Presidencia de Estados Unidos para que ponga un poco de lógica al asunto y detenga la guerra, pero los europeos – enceguecidos por la idea de derrocar a Putin-, junto a algunos asesores del otra vez Presidente (Elon Musk, por ejemplo), y el lobby del complejo militar estadounidense, hacen todo lo posible para convencerlo de la necesidad de la guerra porque sin guerra, occidente cada vez pesa menos en el nuevo mundo multipolar, cuya existencia aún no es comprendida por muchos en nuestro Uruguay.
Pero en esta historia de los distintos focos de la guerra mundial, hay uno que a Trump no le interesa apagar, más bien todo lo contrario. Claro, me refiero al conflicto palestino-israelí. El Estado judío tiene en Estados Unidos su histórico aliado, pero Trump ha ido más allá que todos los presidentes yanquis en su respaldo, por lo que es de esperar que continúe en esa línea, suministrando más armamento o interviniendo directamente en el asesinato de miles de inocentes que mueren aplastados por las máquinas de la guerra. Como ya le dije, dice que se pelean por religiones, pero en realidad se pelean por dinero.
Para redondear este complejo panorama, en el Pacífico se libra otra batalla silenciosa de la nueva gran guerra. El escenario del enfrentamiento es Taiwán, pro-occidental y culturalmente asimilada por los Estados Unidos, está frente a la gigante China, que siempre ha considerado a la isla como parte de su territorio y que aspira a incorporarla a su precepto de dos sistemas una única nación. Por supuesto que los occidentales encabezados por Estados Unidos no quieren perder influencia allí y en esas andan por aquellos lados, comiéndose los talones unos a otros, con el siempre latente conflicto de las coreas de fondo y esperando el primer error de uno de ellos, para dársela de bomba.
Dicen que Trump no se haría el vivo con los chinos. Es que vio cómo son los blancos supremacistas norteamericanos, se hacen los vivos con las minorías, pero cuando tienen a un grandulón delante, optan por la diplomacia, la negociación y el entendimiento. Trump, los norteamericanos en general, saben que China ya los supera como potencia militar y eso les lleva a ser más precavidos, no sea cosa que terminen derrotados en todos los frentes.
Más o menos así es el mundo que recibe el gobierno que asumirá en marzo de 2025. Aguas turbulentas en las que habrá que navegar con mucha prudencia. Ojalá hayamos elegido bien y tengamos una política exterior independiente de los grandes bloques, sabiendo aprovechar lo mejor de cada uno.
Por lo pronto ahora toca despedirse. No se ponga ansiosa/o, en la que viene le cuento de mis impresiones electorales del último domingo de noviembre. Es que a los asuntos importantes hay que dedicarles su verdadero tiempo, para que maceren en el pensamiento. Será hasta la primera edición de diciembre.
Imagen ilustrativa, tomada de la web.
Por Javier Perdomo.