Elucubraciones

Elucubraciones semanales, edición 23/02/2021: Respuesta a la vaca sintética

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Casi en la retirada de febrero, el espacio elucubrador vuelve más temprano que tarde; cuando usted aún no terminó de digerir los dichos de una accidentada edición del pasquín de pueblo, que llegó a sus manos un jueves, ya le está arribando una nueva columna que como siempre, busca generarle más confusiones en este confuso tiempo pandémico. Sin mucho preámbulo, vamos a zambullirnos pronto en los temas que a nadie interesan ni le calman el alma, pero que al escriba de pueblo le sirven para continuar existiendo.

Y justo que yo le estaba diciendo que no creo en ninguna “plandemia” ideada por Bill Gates, resulta que el tipo se mete con lo más sagrado y sacro santo del uruguayismo: la vaca. El “Bill” está de vivo, sí señor, cómo puede venir a decir que hay que dejar de comer carne de vaca y pasarse a la sintética; dónde se vio tamaño despropósito; que siga haciendo computadoras y nos deje hacer lo que sabemos que es matar vacas, extenderlas sobre las parrillas y empacharnos en grasa. De paso, lo que nos sobra, se lo vendemos a los incautos del mundo que aún piensan -pensamos-, que es nutritivo comerla.

Broma más, broma menos, fueron encarnizados los palos que recibió en este punto del plata, por las declaraciones que realizó a una revista científica este mega millonario científico, que junto a otros personajes como Mark Zuckerberg y su Facebook -y a otros “emprendedores millenians”-, se han hecho dueños de nuestras conciencias a partir de la dependencia comunicacional que crearon.

Blancos, colorados, frenteamplistas, todos le cayeron al señor “Puertas”, que al parecer vieron en sus dichos un ataque a nuestra propia sobrevivencia como nación. El único que le dio un voto de confianza fue el amigo Sartori -que no sé si sigue descansando en las costas mediterráneas, pero cada tanto mete algún bocadillo por acá-, quien dijo que la carne sintética implica “más bienestar animal, menos emisión de carbono y costos más baratos”. Hasta ahí todo bien con el planteo del Juan, discutible claro. Pero después agrega un comentario que mata todo el argumento medioambiental, al decir que los uruguayos podemos enfocarnos a “la natural” para venderla a “mercados premium que pagan más caro”.

Es que uno se pregunta, por qué sólo los “premium” podrían comer la mejor carne, que por el sentido dado a sus palabras sería la “natural”. ¿El vulgo, los pobres, los de bajo poder adquisitivo, nos tendremos que conformar con la sintética? No Juancito, todos queremos y tenemos derecho a comer carne Premium.

Pero bueno, a lo iba era a lo intempestiva que fue la respuesta que surgió desde este insignificante rincón del sur hacia lo dicho por Gates. Por supuesto que los aullidos no eran para Gates -que ni se habrá enterado que algún Senador uruguayo lo criticó por lo que dijo-, sino que apuntan a los estancieros locales, que bien habrán puesto su platita para las campañas electorales y deben ser defendidos, aunque de verdad todavía haya poco de qué defenderlo, porque por lo que leí por ahí, la carne sintética (que es posible gracias a los avances en biología celular), aún está en etapa experimental, más allá que haya empresas (quizás en alguna tenga acciones el vivo de Bill), que ya la están promocionando como una alternativa valedera.

Pero sabe qué, los ladridos contra Gates, no abordan la cuestión central. ¿Es la producción animal contaminante? Sí. ¿Nos gusta la carne? Sí. ¿Queremos seguir comiendo carne animal? Algunos sí, otros no. Bueno, busquemos la forma de seguir produciendo carne para consumo humano, minimizando la afectación al ambiente. Y quien quiera comer carne sintética, bien por él o por ella. Y quien no quiera comer, también está bien, de última, estamos para vivir como mejor nos sintamos, sin recetas mágicas ni verdades reveladas, con costillar a las brasas o sin costillar.

Basta ya, me fui por las ramas. Llegó el momento de doblar la esquina y hablar de otra cosa. En Australia, ya que más arriba mencioné a Facebook -pa, se dirá usted, se fue al fin del mundo-, hay terrible lío entre la red social y los medios tradicionales. Diarios, canales, radios, semanarios y demás. El centro de la cuestión es que el Estado australiano promueve una ley para que las empresas tecnológicas le paguen a los medios locales por el contenido incluido en sus resultados de búsqueda o servicios de noticias.

Ante esto, la red social decidió restringir la visualización y el intercambio de noticias, por lo que los medios no pueden publicar ni compartir sus noticias en la red social (cuando estaba culminando esta columna me enteré que Facebook aceptó negociar). Más allá de expresarme hincha y acérrimo defensor del gobierno y los legisladores australianos en esta pelea (que espero pronto se traslade a estas latitudes), se instala otra vez la preocupación sobre la capacidad de censura que tiene esta gente.

No puede ocurrir que una empresa, por sí y ante sí, se arrogue el derecho de decidir qué se puede y qué no se puede decir o publicar en internet. No son los dueños de la moralidad ni de la ley en este siglo XXI. Tan solo son empresas y deben ceñirse a lo que establezcan las leyes de los estados.

En serio le digo, en Australia ahora se está discutiendo el futuro de los medios de comunicación tradicionales (que en la mayoría de los casos son territoriales o llegan a una nación determinada), como este pasquín de pueblo, porque si no hay aporte de estos pulpos de mil tentáculos, que han acaparado los públicos del mundo, las voces locales irán desapareciendo y no tendremos otra forma de información que las redes sociales, con el empobrecimiento intelectual en que esto redundará, si me permite decirlo.

Y hablando de estados policíacos -ya para ir cerrando la última edición elucubradora de un aburrido febrero pandémico-, el gobierno definió extender por un mes más esa especie de “medida pronta de seguridad” con consenso social, que cuenta con el loable objetivo de evitar la propagación del coronavirus y que fue aprobada por todo el Parlamento cuando la pandemia se le fue de las manos al gobierno.

Yo quiero mencionarle la absoluta inutilidad de esa medida, que más allá de generar encontronazos entre gente común y corriente con la Policía (el distanciamiento de un importante sector de la sociedad con la Policía prepotente de Larrañaga es cada vez más evidente), no evita la propagación de ningún bicho.

Lo que más preocupación causa es que estas medidas generan simpatías y son pedidas, incluso por los médicos, que quieren arrear como ganado a la gente para sus casas. Disculpe que sea tan crudo en la descripción, pero en mi nula experiencia en seguridad y en combate de pandemias, la prepotencia siempre termina en violencia. Mientras no se entienda esto, la Policía no estará aportando en el combate a la pandemia, ni a la seguridad tampoco.

Me fui, me fui, porque si me pongo a hablar de la “nueva policía” del “guapo”, empiezo a engranar y puedo terminar escribiendo dos páginas más. Por mi bien y por el suyo, es mejor que me detenga acá. Espero que haya tiempo de volver sobre estos asuntos. Nos encontramos sí, ahora más ordenados y sin contratiempos, en siete días.

Por Javier Perdomo.

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