Elucubraciones

Elucubraciones semanales, edición 22/08/2022: «Nostalgias de estudiante» 

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Resulta que si ésta fuera una columna de hace unos años atrás estaría plagada de alusiones irónicas hacia la inminente ocurrencia de la noche de la nostalgia del día 24 de agosto, pero como mucha agua ha pasado bajo el puente y ya pocos le dan trascendencia a esa movida, una edición elucubradora que se precie ser del siglo XXI, debería hacerse fuerte y decir que la nostalgia es un sentimiento negativo, más allá que en el fondo, piense casi lo contrario.

La bienvenida se la estoy dando en el segundo párrafo; es que entré tan embalado que no supe dónde hacer el corte para presentarle mis respetos. La edición elucubradora número 30 del año 22, comenzó antes de anunciarse y vaya a saber usted de qué versa al final.

Realmente siempre me asombró el boom que se había generado en torno a la noche del 24 de agosto. Historiemos un poco. El feriado del día 25 ha sido una especie de fecha religiosa en este país anticlerical confeso; los devotos de la independencia lo usaban para sus “festicholas”; no son pocos, los clubes e instituciones de todo el país, que como El Asador, por ejemplo, nacieron en 24 o el 25 de agosto.

Estimo que las generaciones jóvenes comenzaron a aburrirse de las fiestas de los padres y es por eso que comenzaron los bailes del 24, total, el 25 no había clases, así que no importaba que día de la semana cayera, se salía igual. Luego esa salida se fue perfeccionando y así en los finales años 70 del siglo pasado surge la propuesta de la noche de la nostalgia, que hasta bien avanzados los 80 era un fenómeno juvenil y asociado fundamentalmente con las baladas románticas, en particular en inglés, pero poco a poco “la nostalgia” sirvió para cualquier cosa y lo importante era hacer un mango con la zafra del 24.

Entrada la década del 90 del siglo pasado y hasta mediados de la década de los años 10 de este siglo, agosto era pura nostalgia; comprabas un caramelo y te decían que te vendían el caramelo nostálgico, todo salía caro y parecía no haber límite para el despilfarro. Era una especie de competencia por ver quién presentaba la propuesta más cara, a la vez que la idea de música nostálgica se volvió tan laxa, que cualquier cosa venía bien.

Pero al final, todo eso implosionó. Se transformó en una fiesta en la que salían “los viejos” y “los jóvenes” se reunían en sus casas a comer unas pizzas, tomar una cervezas -o lo que les gustara-, sin gastar todo el dinero que les exigía salir una noche de esas. Previo a la pandemia el fenómeno venía en un marcado declive y el coronavirus se encargó de profundizar la lejanía de la gente con la idea de “nostalgear”, como se denominaba -supongo que siguen llamándola así-, a la salida del 24.

He escuchado que hay algunas propuestas para este miércoles, pero lejos están de aquél fenómeno masivo. Es como siempre le digo, dude de los espejos de colores, dude de los fenómenos que rompen todo, porque seguramente no sean auténticos y cuando algo no es auténtico, más temprano que tarde, entra en un pronunciado declive.

¿Por qué cree que un medio como La Semana se puede mantener pese al paso de los años, a los ciclos económico y políticos o a los cuestionamientos hacia la persona de su Director? Sólo porque hay autenticidad, porque el lector sabe que detrás de lo escrito pueden haber errores, horrores y simplificaciones, pero nunca encontrará la mentira hartera. Perdone que sea autoreferencial, pero 21 años de vida de un medio escrito en una ciudad no capital, a 50 kilómetros de Montevideo, en medio de la mayor revolución tecnológica de la historia, no es poca cosa y no puedo dejar de decirlo cuantas veces puedo.

Pero bueno, volviendo al asunto que nos ocupaba. Lo que le quería expresar era el valor de lo auténtico, la idea de que lo exitoso no es de por sí bueno y de que los fenómenos masivos no necesariamente van a permanecer inamovibles, algunos, es probable que caigan en el olvido. ¿Eso va a pasar con la noche de la nostalgia? No, no es algo un escriba de pueblo que pueda vaticinar. Sí es cierto que es una fiesta que ya no tiene el brillo que tenía tiempo atrás y si me lo permite, lo diré con soltura, me alegro que así sea.

Cierro por acá esta referencia nostálgica y me traslado al presente, podría decir que también con una dosis de melancolía, que puede ser tan negativa como la nostalgia. Por redes sociales vi estos días imágenes de las desocupaciones de distintos centros de estudio que fueron ocupados por los alumnos. Cientos y cientos de gurises y gurisas jóvenes, cantando, exigiendo presupuesto para la educación y condenando las actitudes represivas de la Policía.

No voy a caer en el facilismo de decir que me emocioné porque si me conoce sabe que es difícil emocionar al escriba, pero sí fueron unas imágenes que me causaron grata sorpresa y me sirvieron para confirmar que aquello de que los jóvenes no están para nada es una falacia absoluta, porque en realidad los jóvenes están para lo que de verdad les interesa.

Como un hecho objetivo lo marco: el actual gobierno asumió con la intención de “disciplinar” a la educación y es que las autoridades que asumieron en 2020 iniciaron una fuerte campaña contra los sindicatos docentes, con suspensiones, denuncias en el Parlamento y hasta en la Justicia. En ese contexto, no hubiera de extrañar que los jóvenes, inexpertos por su edad en actividades sindicales, se sintieran condicionados y optaran por mantenerse al margen de la actividad sindical, sin embargo eso lejos estuvo de ocurrir.

Se comprueba otra vez que toda acción genera una reacción y son los estudiantes los que están respondiendo al talante represivo que ha mostrado el actual gobierno de la educación que encabeza Robert Silva y que respalda toda la coalición multicolor. Una educación pública con menos presupuesto, con más control y más conflictividad. Y al final del día, la única que gana en todo ese escenario es la educación privada, que recibe la matrícula de los estudiantes, cuyos padres viven preocupados por los paros que hacen los profesores.

Disculpe, disculpe, quizás me fui del tema, a lo que iba es que me gustó ver esos niveles de compromiso juvenil, de rebeldía ante lo que consideran injusto. Me gustó saber que aunque los mayores no lo entiendan, estar prendidos todo el día al celular, puede no ser únicamente para “estar bobeando”, pueden estar también en una actitud militante, construyendo sus nuevos estrategias de lucha, porque la forma en que pelearon los padres, puede servir de ejemplo, pero no de ancla para evitar el progreso en las formas de lucha social por derechos.

Usted me va a perdonar, quizás sea cierto que me puse nostálgico, es que ver los videítos que le mencioné más arriba me hizo recordar alguna cobertura periodística de ocupaciones de liceos en Montevideo que me tocó desarrollar o las movilizaciones  contra la reforma Rama, de las que participé como estudiante y eso me alegró, porque son acciones que pueden no cambiar el mundo, pero cambian personas y eso es como cambiar un trocito de mundo.

Y así se va terminando una edición elucubradora que contó con una diversidad temática apabullante. Desde la nostalgia hasta la militancia estudiantil, fueron los sentires de esta ocasión. Es que este texto es como una conversación entre amigos, pasar de hablar sobre un gol en tal partido a la guerra ruso-ucraniana, puede ocurrir sin transición alguna. Será hasta dentro de siete días, en este mismo lugar y casi a la misma hora. Hasta entonces.

Imagen ilustrativa tomada de la web (Udelar)

Por Javier Perdomo.

 

 

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