Elucubraciones

Elucubraciones semanales, edición 17/05/2022: «Preocupaciones al ingreso del invierno»

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Con el transcurso del quinto mes del año se va delineando lo que será el invierno de este 2022. Los precios por las nubes, el regreso de la inseguridad como un tema preocupante y unas prometidas reformas que al final quedarán en nuevos maquillajes, porque nadie quiere perder pisada, pensando en la carrera hacia 2024. En las elucubraciones, corremos y corremos pero no nos alcanzamos ni a nosotros mismos, así que concluimos que es mejor trotar, mientras buscamos sueños más placenteros que este presente anodino. Será cuestión de ver hacia dónde nos llevan los dedos de las manos en esta ocasión ¿Me sigue?

Le reconozco que estuve dudando si encarar para el lado de la seguridad en este texto, ahora que todo el mundo volvió a preocuparse de ella; es que ya le he hablado tantas veces del asunto que temo terminar aburriéndolo con mi prédica anti sistémica, pero al final de cuentas concluí que uno siempre está tratando de reafirmarse en sus íntimas convicciones, así que por más que pueda parecerle reiterativo, hablaré otra vez de inseguridad ciudadana.

Si usted tiene algo de memoria, recordará que en esta columna siempre se fue muy crítico con el Frente Amplio en esta materia cuando estaba en el gobierno. En particular en los dos períodos de Bonomi, todo el gobierno -no sólo el “Bicho” desde el Ministerio-, buscó “satisfacer” las exigencias de la oposición política (los ahora gobernantes), que rápidamente encontró en la inseguridad un arma con la cual golpear a un gobierno que, en materia económica, parecía imbatible.

El FA en el gobierno incrementó las penas, con sus políticas llevó a que el número de presos se elevara a cifras récord, logró cambios estructurales en el sistema judicial, modernizó a la Policía, etcétera, etcétera, etcétera. Pero nada de eso sirvió para que la seguridad “mejorara” en los términos en los que la gente -que estaba con la panza llena y miraba mucha televisión-, le exigía.

Después vino el esperado cambio de gobierno, con él llegó la pandemia y la sensación de inseguridad -lógicamente-, pasó a ser un tema secundario o terciario en las preocupaciones de los uruguayos (como ocurrió en todo el mundo). Aislamiento, las familias pasaban casi 24 x 24 horas en sus casas, el miedo al contagio estaba en toda la sociedad (mire que los ladrones son personas y también temían contagiarse); todos estos factores y otros más, incidían en ese cambio de sensación. Es que casi por casi dos años, la inseguridad estuvo en otro lado.

Pero lo peor de la pandemia, dicen que ya pasó. Poco a poco, todos comenzamos a recuperar la movilidad -incluidos los delincuentes-, y así fue que ocurrió lo que era previsible, el delito se elevó a los niveles pre-pandemia y al final nos encontramos con que los nuevos gobernantes no eran todos unos cracks que pudieron solucionar la inseguridad en unos pocos meses, como nos quisieron hacer creer durante todo el año pasado. Es decir que ni Larrañaga era tan crack, ni Heber es un absoluto incapaz, el problema es mucho más profundo que el nombre de las personas que están al frente de los cargos.

Mientras sigamos pensando que cuanto más largas sean las penas menos delito habrá o que cuantos más delincuentes encarcelemos más lograrán “recuperarse” y luego se “insertarán” en la sociedad, vamos por el camino equivocado. Mientras pensemos que por poner más policías a patrullar, vamos a evitar que haya robos o asesinatos entre bandas vinculadas al narcotráfico, seguiremos equivocándonos y contando las muertes. Mientras todo el accionar policial esté enfocado a cerrar bocas de venta de drogas al menudeo, seguirán enriqueciéndose los verdaderos “jefes”, que visten bien y ni se acercan a un gramo de cocaína. Y entre usted y yo, mientras continúe el prohibicionismo a ultranza, no hay solución posible.

Esto era así cuando gobernaba el Frente Amplio y es más aun con la coalición multicolor, cuyos más extremos ideólogos -Zubía, Lust y alguno más que se me escapa a la memoria-, estarían locos de la vida con que les permitieran salir a matar narcotraficantes como hizo en Filipinas el presidente Duterte (nosotros nos quejamos de lo que tenemos, pero mire que los filipinos salen ahora del período de un psicópata como Duterte, para ser gobernados por el hijo del ex dictador Marcos. Piénselo, en el fondo, no estamos tan mal).

Perdone la distracción discursiva, es lo que tiene elucubrar, unos paréntesis nos pueden ayudar para irnos del tema que nos ocupa sin que usted casi lo note. Pero vuelvo ya a lo que estábamos. Le decía: estamos ante un gobierno que prácticamente niega la existencia de condiciones sociales que estimulan la ocurrencia del delito y que niega la fascinación que genera en las nuevas generaciones el éxito rápido, asociado a la imagen del “narco” exitoso.

Sí, sí, no me mire raro, ni me haga muecas, en una sociedad donde todos sueñan con hacer un video que se vuelva viral, que los vuelva famosos y los haga llenarse de plata, bien rápido, esto no puede extrañar; en un mundo en el que por cinco minutos de “fama” la gente acepta hacer el ridículo ante las cámaras de la tevé, esperando un rédito económico fácil de ello, no puede extrañar que otros encuentren en el narcotráfico una manera fácil de hacerse de las cosas que el sistema les ofrece, pero a la vez les niega.

Si a eso le sumamos, cómo a través de seriales y películas se transforma a los líderes narcos casi en los nuevos héroes, en modernos “robinhudes” (término acuñado por este autor), que reparten dinero en los barrios pobres, es difícil que no aparezcan emuladores locales a todo ese fenómeno que es mundial.

No, nada que ver, no quiero que censuren a Netflix ni que manden presos a los cineastas en general, que han encontrado en la mafia y el narcotráfico un tema que rinde siempre y que les produce dinero, también rápido, a ellos. Yo simplemente quería decirle que nada de lo que están haciendo les va a dar resultado, porque no van al fondo del problema que está en las condiciones sociales del delito -sigue estando eso-, sumado a las condiciones subjetivas referidas a la necesidad de éxito rápido y sin esfuerzo que le ofrece la sociedad de la segunda década del siglo XXI.

¿Usted dice que es muy complicado lo que planteo? Es probable que tenga razón, pero si quieren seguir maquillando la realidad y mintiéndose a sí mismos, sigan por el trillo actual; ahora si quieren cambiar, si quieren vivir más seguros, entonces tendrán que ir a fondo, a revisar los conceptos sobre qué consideramos que es ser felices. Si la acumulación de bienes sigue siendo sinónimo de felicidad, seguiremos viendo como las cárceles explotan y los narcos se siguen matando entre sí y a otros inocentes. Esto lo decía cuando gobernaba el FA y lo reitero más que nunca ahora.

Pero bueno, ya sé que debo cerrar esta edición elucubradora, porque el espacio que queda es ya poco. Como siempre quedan pendientes un montón de otros comentarios y palabras que fueron borradas por la propia dinámica del texto. Igualmente en siete días tendremos la posibilidad de seguir sumando decires a nuestra propia existencia. El escriba a veces se pregunta si algo de lo escrito quedará en el futuro, pero no es este el momento de profundizar en eso. Queda para la próxima.

 

Por Javier Perdomo.

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