Con la pelota bajo el brazo, me paro en el medio de la cancha y le advierto que ando con ganas de hablarle del más popular de los deportes, dejando de lado en el segundo junio pandémico todo lo que tenga que ver con el virus, que tanto de nuestras vidas nos está ocupando. Cuando se presenta la oportunidad de esquivarle el bulto y hablarle de algo menos estresante, no me permitiré desaprovecharla, aunque sé que en Uruguay, con el fútbol se entreveran mil y una circunstancias de los espectadores, que lo hacen un tema tan peligroso de abordar como el omnipresente virus, pero igual, veamos qué sale.
Sin ningún pudor se lo digo, este texto pretende ser una oda al maestro Oscar Washington Tabárez, escrita por alguien que en general prescinde de escuchar a los entendidos, que siempre estuvo lejos de poder demostrar alguna habilidad en el mundo del “balompié”, pero que se ha sentado frente a la tevé cada vez que 11 tipos se ponen la camiseta celeste y que por ello hoy disfruta de las victorias logradas con la conducción de Tabárez.
Es sencillo lo que tengo para decirle, no hay en el mundo del fútbol una persona que me genere mayor respeto que el maestro (o profesor, como le dicen algunos cuando sale por ahí). En momentos en que arrecian los ataques hacia su persona, su trayectoria y su tarea educadora y formadora, no puedo más que dedicarle unas líneas elucubradoras, antes que dé comienzo la Copa América más bizarra que uno pudiera imaginarse.
Mire, yo sé que la memoria de la gente de este país es floja (otros son jóvenes y no lo vivieron), y que tras dos o tres partidos ganados, los que sólo aplauden lo exitoso, se hicieron la cabeza que podíamos ser campeones mundiales y ahora exigen resultados como si estuviéramos acostumbrados a estar en todas las finales. Pero uno, que es hijo de derrotas memorables, pese a todas las calenturas que pueda generarle un empate o una derrota de esta selección, no puede olvidar el sitial de respeto mundial en que nos tiene Tabárez y los jugadores de sus distintas selecciones.
¡Qué me viene con preocupaciones por un par de 0 a 0 estando cuartos en la clasificatoria! Recuerdo el 6 a 1 que nos encajó Dinamarca con Borrás, recuerdo las selecciones de Cubilla perdiendo de locatarios con Bolivia, dejándonos afuera de un mundial (USA 94, si no me equivoco); recuerdo también los partidos casi-casi, como el 3 a 3 de Ghana en Corea del Sur, el 0 a 0 con España en 1990 (con Tabárez), o la no clasificación al Mundial 2006 en un triste partido con Australia (¡Australia dejándonos afuera de un mundial!), con John Travolta en las tribunas del estadio australiano gritándonos él los goles (eso lo recuerdo clarito).
Como hincha de la selección uruguaya (mi preferencia en materia de equipos es tan variable como mis humores), todas me las comí. Le insisto con el bochornoso período del “cubillismo” que nos llevó a desperdiciar un grupo de grandes jugadores en la plenitud de su carrera y que nos dejó afuera del Mundial 1994 (Franchescoli, Sosa, Aguilera, Gutiérrez, el Hugo De León, cuando aún no era el compañero de “Pedro”).
Puedo seguir, si quiere, sumándole perlas al collar, las súper estrellas que nunca funcionaban, los salvadores que nos iban a salvar y nunca nos salvaban (los “Chengue” Morales, los Darío Silva, los Recoba), los planteles peleados, las renuncias. Recuerdo una selección ya eliminada para un mundial -creo que de Francia 98-, a la que, como ya nadie quería jugar, terminaron citando un tipo (la memoria no permite que recuerde su nombre), que estaba haciendo una changa de pintor y tuvo que salir disparado para el aeropuerto.
¡Esos eran fracasos! ¡Dos partidos empatados al comienzo de la eliminatoria y queremos la cabeza de quien nos ha llevado a tres mundiales consecutivos luego de haber pasado 40 años en que íbamos a uno sí y a dos o tres no! Pero, ¿qué nos creímos? Mejor dicho: ¿Qué se creyeron? Porque uno, habiendo sufrido tanto por el color celeste, después de haber sentido vergüenza por la forma en que el mundo se reía de nuestras selecciones, sólo se cree en el deber de saludar de pie a quien ha hecho posible que hayamos salido cuartos en un mundial, quinto en el último y si no fuimos finalistas en Brasil 2014 fue porque nos quitaron esa posibilidad con la expulsión de Suárez.
Así que a mí no me venga con cosas raras, el maestro Tabárez se puede retirar de la selección cuando tenga ganas, si es que quiere hacerlo. Y si quiere estar al frente de “la celeste” hasta el día de su muerte, el lugar es suyo, porque nada de lo que él decida merecerá desconsideración, ya que su capacidad intelectual y profesional está demasiado por encima de todos los charlantes del periodismo deportivo -y de los manijeros incultos de las redes sociales-, la mayoría de los cuales no ha pasado de jugar un partido de fútbol 5 en la cancha de alquiler de su barrio (igualitos que este escriba de pueblo).
Una de las razones por la que existe esta fiebre anti-Tabárez, es por su filiación política y porque fue designado seleccionador cuando la izquierda alcanzó el gobierno. Hay algunos que no le perdonan que el “maestro” sea de izquierda (¡cómo no va a ser de izquierda un maestro con conciencia social!). Por supuesto que usted me va a decir que es un disparate lo que digo, pero es un disparate del que me hago cargo, porque el fútbol y la política tienen una hermandad tan estrecha como que, por ejemplo, la mayoría de los políticos, en particular de los partidos tradicionales, pasaron primero por alguna institución futbolera, buscando demostrar sus capacidades de “gestores”.
Durante años el maestro calló las críticas a fuerza de concreciones, con buenos resultados y con buenos rendimientos. Ya en las eliminatorias pasadas, cuando se complicó un poco comenzaron a machacar con su vejez y con la cuestión de dar un paso al costado y designar a alguien más joven, pero al final clasificamos e hicimos un gran mundial. Porque ser quintos en un mundial detrás de Francia, Inglaterra, Croacia y Bélgica y delante de Argentina, Brasil o Alemania es hacer un buen mundial, ¿verdad? ¿O un buen mundial es sólo ser campeones?
Ahora vuelven las mismas voces a hablar de su vejez, de su supuesta tozudez y de que no hace los cinco cambios (como si eso asegurara algo). Machacan horas y horas radiales y televisivas, desmereciendo trayectoria y persona, haciéndole mandados al poder político que no quiere más Tabárez en la selección, pero que mientras gane no pueden sacarlo. Por eso en tiempo de empates (sólo futboleros, porque en el partido de la vida diaria vamos perdiendo por goleada), es necesario que las voces que adhieren a la causa de este proceso, se hagan escuchar también y que no dejemos que se imponga el discurso de que se tiene que ir.
No, Tabárez se tiene que quedar hasta cuando él quiera y es más, él debe ser quien designe a su sucesor, porque no cualquiera podrá tomar las riendas celestes después de tanto éxito, tanto trabajo y tanta capacidad intelectual al servicio de un juego.
Es todo lo que tenía para declarar, se cierra ya esta edición elucubradora y le invito a volver por acá en siete días. Ya hablaremos de otra cosa.
Por Javier Perdomo,