Elucubraciones

Elucubraciones semanales, edición 01/09: «cartelería electoral»

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Nada de flores y pajaritos, este setiembre comienza con los bríos de una campaña electoral fuera de fecha. Es tan raro ver los cartelitos proselitistas desperdigados por los árboles y columnas de cada calle de la ciudad a esta altura del año, que en ocasiones me confundo y pienso que en lugar de al final, estoy al comienzo del invierno. Sensaciones que produce este 2020 que no deja de regalarnos rarezas. Hablando de raros espacios, ha llegado usted a la columna en la que de todo se habla, aunque de nada se concluya. Si así lo considera pertinente, a renglón seguido comenzamos a hablar de cosas inútiles.

Precisamente de cosas tan inútiles como de pegar cartelitos electorales en todos los árboles y columnas del país, es de lo que podemos comenzar hablando esta vez. Si le digo la verdad –y ya para ir comenzando-, soy de la idea de que la publicidad electoral tiene poca capacidad de cambio de voluntades (incluso aceptando que al medio que nos soporta no le beneficia que le diga esto). El voto es un acto tan pero tan subjetivo, afectivo e íntimo que difícil es poder influir en la decisión de una persona mediante la exposición constante a publicidad sea ésta callejera o en medios masivos de comunicación.

Pese a que los publicistas lo vean de esa forma, las candidaturas, las personas, no son productos y no siempre gana la figura que más dinero invierte en las justas electorales, porque votar, elegir conductores, no es sumar dos más dos y hacer de nuestro mundo un lugar ideal, perfecto, como el que nos dibujan en las publicidades; elegir a quién voto es algo mucho más complejo; no se cambia ni se decide por una foto sonriente, un jingle o un pasacalle colocado en cada cuadra. Eso no hace la diferencia.

Claro, si son útiles las publicidades para marcar presencia, para que la gente sepa quién o quiénes son candidatas/os, eso lo entiendo, pero además de hacerlo en medios como La Semana, hay mil distintas formas para llegar con los mensajes electorales, sin afear los espacios públicos, porque pasada la elección, nadie se hace cargo del enchastre.

Mire, usted sabe que ya tengo alguna que otra elección encima, como simple votante (el escriba votó por primera vez en 1989), y como profesional del periodismo también. Sabe, en las cinco ocasiones que me ha tocado cubrir pujas electorales nacionales y departamentales, el tema de qué pasa con la cartelería una vez que las urnas hablaron, ha estado presente, pero al final nadie ha hecho nada. Al finalizar el carnaval nadie se hace cargo de la mugre y si los gobiernos departamentales de turno no sacan a su personal a descolgar los carteles y pasacalles, allí permanecen por tiempo indeterminado, rotos, a medio colgar, deshilachándose solos, pudiendo incluso provocar problemas en el tránsito.

Una de las preguntas que me surge es, ¿no será tiempo de rever la utilización de esta publicidad invasiva? A este escriba de pueblo le parece que sí, que se puede. Hay alternativas que están al alcance de la mano, incluso que son más baratas que la cartelería y que además -esto se lo digo entre nosotros, que no se le escape-, generan menos rechazo, porque este tipo de publicidad cada vez tiene menos adeptos, porque los ciudadanos se han vuelto más exigentes y más sensibles ante la necesidad de mantener limpios los espacios públicos, a partir del aumento de la conciencia ecológica. En este tiempo “está de menos”, pegar carteles.

Pero además le hago el siguiente razonamiento, sígame: si hablamos de una instancia electoral departamental y/o municipal, en la que importan temas como la limpieza, el alumbrado o el estado de las calles, qué imagen dan los candidatos que pueblan las ciudades y pueblo del país con cartelería que nadie retirará después del 27 de setiembre. Qué limpieza y orden prometen cuando no son capaces de comprometerse por los “desechos” generados en sus propias campañas.

Como verá, la columna elucubradora no está para acusar ni señalar a nadie, pero sí se hace preguntas que rondan cada instancia electoral. No estaría de más preguntarle a quienes van tras cargos municipales o departamentales, qué piensan hacer con la cartelería que están distribuyendo por todos lados, cuando culmine este alargado ciclo electoral. No digo los que sean electos, me refiero a todos. ¿Contribuirán a la limpieza? ¿Sacarán sus militantes –algunos de ellos rentados-, a limpiar de cartelería electoral las calles?

Sabe qué, y esto es una idea al vuelo, sin saber si tiene sustento legal, quizás debiera establecerse una norma por la cual se pueda retener el dinero que reciben por los votos a aquellos partidos, grupos o movimientos que no colaboren con el retiro de la publicidad callejera. Unos colaboraran para no pagar y otros quizás sean inventivos y terminen llegando de forma más amigable y efectiva a los posibles electores. Yo le aseguro que lo que se ve hoy, no es amigable y genera más rechazos que simpatías.

Para terminar y más allá de las mil críticas que podamos hacer sobre la cartelería electoral y sobre el sistema democrático en general, prefiero el carnaval electoral al oscurantismo del militarismo. Cuando uno cuestiona los “males de la democracia”, lo hace desde el convencimiento que lo otro no tiene nada bueno, por eso cuando escucho voces pidiendo golpes de Estado o intervención en la seguridad interna de los militares, me preocupo mucho.

Me preocupo porque esa gente -que es gente común y corriente, como uno-, se cree poseedora de una especie de verdad única o total y le parece bien que se acalle al que tiene otra visión de la verdad. Como no soporta que haya muchas verdades, ese/a buen/a vecino/a, pide orden y seguridad; piensa que lo mejor es retirar la maleza, sin importar demasiado el cómo, lo raro hay que hacerlo a un lado.

Como el 30 de agosto fue el Día del Detenido-Desaparecido, simplemente le quería hacer mención a cómo empieza el círculo que termina en desastre; el miedo a la delincuencia y a lo diferente de “la buena gente”, nos termina poniendo en manos de “mala gente”, que mata, abusa y roba en nombre de los valores de la democracia, mientras la pisotea.

Así que antes de retirarme y sin cambiar una sola palabra de lo ya escrito más arriba sobre la cartelería electoral, le digo que me encanta ver los carteles electorales, los prefiero antes que a los cuarteles llenos de gente que piensa diferente a lo que piensa “la buena gente”, como ya ocurrió en el pasado.

Como el escriba no es de la “buena gente”, muy por el contrario va contra la moral y las buenas costumbres, le informo que sin demasiado otro comentario está terminando la edición elucubradora de este primer día del mes de setiembre. Hasta dentro de siete días, con todos los carteles desplegados.

Por Javier Perdomo

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