Elucubraciones

Elucubraciones semanales, edición 01/06/2021: «Homenajes en pandemia»

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Si usted es asidua/o lector/a de esta columna semanal habrá percibido que en el último tiempo he evitado hablar del coronavirus, un poco por un personal hastío con el tema y otro poco para evitar sumarle peso al peso que usted -como todos-, está viviendo con la pandemia. Uno busca sacarla de la mente, pero ella porfiada, terca, nos golpea la conciencia y nos recuerda que sigue al firme con nosotros. Y firmes también siguen las elucubraciones, cuyo autor no se entiende a sí mismo pero pretende interpretar el mundo escribiendo unas pocas líneas en un insignificante periódico de pueblo. Veamos cómo le va esta vez hablando de virus y del biru-biru que hay a su alrededor.

Otra de las razones por las que tampoco he querido ahondar demasiado en esto de la pandemia es porque percibo que todo se lleva de forma tan desprolija, que cualquier cosa que sea dicha puede generarle nuevas enemistades en las huestes oficialistas al medio que nos sustenta y, como usted sabe, los medios vivimos de los lectores y por lo tanto no resulta conveniente seguir enojando gente. A su vez, este para nada humilde escriba de pueblo, está en un momento de su vida en el que lo que menos quiere son enfrentamientos estériles con fanáticos de unas u otras posturas, porque he comprendido que todos tenemos un pedacito de verdad.

Pero claro, llega un momento en que uno concluye que algunas cosas que ve debe decirlas y así es que en esta primera edición del segundo junio pandémico intentarán decirse, por lo que si así usted lo dispone y esperando no ofender su fuero íntimo, vayamos a los bifes.

Yo no soy especialista en nada y le confieso públicamente que ni siquiera me he vacunado (no soy antivacunas, sólo estoy observando el proceso antes de proceder a hacerlo), por lo que soy consciente de que no tengo autoridad moral -mucho menos autoridad técnica-, para dar cátedra sobre cómo controlar una pandemia, pero me da la impresión que es tanta la necesidad que tenemos todos por volver a la ansiada “normalidad” (la que nunca va a volver), que en ese apuro estamos perdiendo el partido por goleada.

Claro, por supuesto, todos estamos deseando que la actividad se normalice (o por lo menos que se parezca en algo al tiempo prepandémico), que la gente pueda trabajar sin protocolos ni restricciones; que circule más dinero y que se pueda salir a festejar y celebrar, pero esa misma ansiedad impide que ello ocurra. Parece que no nos damos cuenta que cuanto más se demore en tomar medidas drásticas que corten la transmisión del bicho, más demorará la ansiada reactivación.

Siempre dejándole en claro que nada sé, déjeme decirle que tengo la impresión que el último gran error en el manejo pandémico fue el regreso de los niños más chicos a los locales escolares, que pareciera que se han transformado en verdaderos focos de propagación de la enfermedad. Por más que las autoridades educativas digan lo contrario, tan error fue, que debieron parar el proceso de regreso de los niños más grandes y de los estudiantes liceales.

Y le digo más, si bien comparto todos los argumentos esgrimidos por los dueños de los gimnasios y clubes deportivos, temo que la reapertura de estos lugares pueda resultar en un aumento de los contagios, por más que los “profes” muestren datos y cifras que dicen que no contagiaron en el pasado. Es que cada nuevo sector que se abre, es un probable nuevo foco.

Mire que yo entiendo la disyuntiva en la que se encuentra el gobierno, que me puedo imaginar las presiones que deben recibir a diario los jerarcas para abrir las puertas de tal o cual actividad, pero alguien deberá demostrarle -en particular al Presidente que es el que tiene la última palabra-, que no tomar medidas más drásticas seguirá complicando las cosas; deberán hacerle entender que con vacunar no basta y que se necesita hacer un parate verdadero, aunque nos cueste más dinero.

Es más, alguien deberá hablarle en números y hacerle entender al Presidente que debe dejar de “machetear” (“machete”: dícese de la persona a la que le cuesta gastar, según el diccionario popular), porque si “machetea” ahora, le saldrá mucho más caro más adelante y eso a todos nos va a joder, como ya nos está jodiendo este tiempo de actividad intermitente por la que transitamos, sujeta a los eventuales mayores o menores niveles de contagios en cada localidad o barrio del país.

Sabe, es sorprendente cómo hay una parte de la sociedad que no ha comprendido las consecuencias socio-económicas que la pandemia nos dejará una vez que se acabe (además de las vidas que se habrá llevado). Todos los sueños rotos, los proyectos, las ideas innovadoras que se habrá devorado esta pandemia que nos agarra con un gobierno que sueña con un Estado mínimo, que deja todo librado a la responsabilidad personal y que está lleno de figuras que parecen sentirse inmunes e incumplen todos los protocolos que pretenden que los demás cumplamos porque si no, nos mandan a la cárcel por ser peligrosos.

Bueno, ya terminé con lo que le quería decir sobre la pandemia. Podría haberle hablado del entierro del “Guapo” y de todas las cosas que se dijeron sobre las concentraciones en los homenajes que se le hicieron, pero no. Me voy a detener en otro aspecto que me rechinó de todo el tema del entierro de Larrañaga y es la utilización de la infraestructura estatal para homenajearlo.

Claro, le corresponden los honores de Ministro de Estado, pero basta, hasta ahí vamos. Eso de hacer sonar las sirenas de las patrullas, de pintar un edificio público con una frase atribuida a él, de ponerle a una operación policial “Guapo” no corresponde y quienes promovieron esas acciones deberían ser sancionados.

Yo sé que después de muertos somos todos buenos, pero leer que una dirigente sindical de los policías dijera que Larrañaga había dignificado la tarea policial (en realidad les permitió pegar más y a eso llama dignificar la sindicalista), y que los saludos con sirenas a su figura habían sido algo espontáneo, me rechinó un montón. Enterarme después que lo de las sirenas había sido una orden del mando, imaginará usted cuánto más me rechinó.

Disculpe, disculpe que haya terminado refiriéndome a algunos aspectos de la gestión del fallecido Ministro. No era mi intención entrar en esos tópicos, porque yo sé que empiezo a engranar y no me para nada. Lo que le puedo decir es que el sucesor del “Guapo”, Luis Alberto Heber, tiene pocas credenciales para el cargo, pero en esto del arte de la política, los profesionales deben estar preparados para ejercer el cargo que les asignen. No espere cambios, sólo continuar con el plan, que es fijado desde la Torre Ejecutiva.

Y en cuanto a nuestro José Luis Falero como Ministro de Transportes, en San José andan todos locos de contentos, ya que sueñan con una catarata de obras para sus respectivos terruños impulsadas por el ex Intendente, que además se lleva al ex alcalde Sergio Valverde con él. Locuras de la política, Valverde no hace un mes que asumió en la OPP y ya lo trasladaron. En fin. Por ahí queda.

En este preciso momento, las elucubraciones semanales deben terminarse. Anduve por todos lados al final y la pandemia no ocupó todo el espacio, pero que está, está. Hasta la próxima.

Por Javier Perdomo.

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