Con el arranque de febrero todo el mundo anda enchufado con el carnaval y uno que no vibra demasiado con los espectáculos que se suceden en el Teatro de Verano de Montevideo, se queda sin mucha conversación que encarar; por suerte están las elucubraciones que llenan el espacio que me deja no saber de qué va el último couplé, tras otra noche sin mirar las transmisiones de VTV. Bienvenidos sean todos (¿todes?), a la humorada de la vida; en esta columna se disfruta de géneros menos populares, aunque no exentos de genial ironía. Examinemos algunos asuntos de estos días.
Luego de haberle reconocido mi poco interés por los espectáculos de Dios Momo, le confieso que la red social de la “F”, me permite seguir las alternativas del carnaval más largo del mundo sin mirarlo, ya que tengo “amigos” que van comentando los shows en sus cuentas. Cada mañana, me encuentro con los comentarios de lo ocurrido la noche anterior y más o menos sé de qué viene la mano por el “escenario mayor del carnaval”. Tampoco es cuestión de estar tan por fuera.
Por lo que he leído, parece que a las murgas les ocurre lo mismo que a este escriba de pueblo –valga la distancia, claro está-, pues les cuestionan a los conjuntos carnavaleros que supuestamente le están dando más palo al gobierno que aún no ha asumido que el que le dieron al gobierno que se va. Como ya le dije, no puedo opinar de los espectáculos en sí, pero sí le puedo decir algunas cosas sobre el hecho artístico.
¿Para qué se hace arte, si no es para cuestionar y cuestionarse la realidad? ¿Qué esperaban los que están preocupados por los palos que recibe el futuro gobierno, que las letras de carnaval cantaran “bienvenido ‘cuqui’ Presidente, bienvenida coalición multicolor, gracias por salvar la nación” o algo así?
No, el hecho artístico, en cualquiera de las artes –cine, teatro, música, canto, carnaval, plástica y hasta si quiere el periodismo (que puede no ser un arte pero si una técnica para comunicar)-, debe ser cuestionador, debe ser contestatario, revulsivo, interpelador, tiene que soñar con mundos mejores, más justos, sino no es arte, es solo pachanga para cumpleaños.
El arte, al menos en la concepción de este escriba, tiene que atacar, ser políticamente incorrecto, incluso llegar a ofender al espectador y sobre todo a los poderosos de esta nación y de las naciones del mundo entero. El arte es revolucionario, no debe conocer de límites y limitaciones, no hay una sola materia de la existencia humana con la que no se pueda meter (¡y usted se me anda preocupando porque se meten con el Cuqui, por favor!), no hay nada sagrado ni inabordable.
El arte, no puede ser complaciente ni obsecuente. Su rol es interpelador, por lo que no me imagino qué mensaje murguero esperaban escuchar en este 2020. “Estamos felices con urgente consideración” o “no me importa si desmantelan Ancap si los combustibles son más baratos” o “qué gran Ministro de Trabajo tendremos, Pablito Mieres, todos te queremos”. Se lo llevo al absurdo, porque de verdad es difícil entender qué mensaje esperaban.
¿Qué no cuestionan al Frente Amplio? Eso es también relativo, le diría que he visto enormes cuestionamientos al saliente partido de gobierno en espectáculos carnavalaleros, en la música y hasta en el cine, de artistas autoproclamados de izquierda o frenteamplistas. Nada es lineal y le repito, el verdadero arte no está para complacer al poder.
Mire, por esta cuestión de la libertad de expresión (gracias a la cual yo puedo estar escribiendo esto), dejamos que un militar retirado, especialista en odas a la última dictadura, diga suelto de cuerpo “hay que evitar que el enemigo vuelva a triunfar” (el “enemigo” es casi el millón de uruguayos que votó al FA), y no pasa nada, pero algunos cantan que van a salir a la calle a defender derechos y ya se asustan por la violencia “de los comunistas”.
Como en todos los ámbitos de la existencia humana, el tema pasa por el cristal con el que miramos y la vara con la que medimos. Quizás, en el fondo, los que cuestionan los espectáculos carnavaleros o a los artistas en general por tomar partido o tener cabeza propia ante los asuntos humanos, quisieran que en los hechos no existieran los artistas o que solo existieran los que a ellos ensalcen, los complacientes, los amanuenses de los poderes de turno (hay muchos periodistas que cumplen muy bien esa función).
Por suerte, los hechos artísticos son algo más complejo que si un artista le da más o menos palo a un partido político. El arte es libertad y hay gente a la que no le gusta la libertad de los otros, les incomoda la diversidad de pensares y sentires. Ese tipo de gente, en Brasil eligió a Bolssonaro presidente y en Uruguay, tiene su partido –y expresiones en los partidos tradicionales-, representación en el Parlamento, además de jerarcas en el nuevo gobierno.
En la libertad de la expresión artística está la libertad de todos, sin arte libre no hay libertad ciudadana, por eso en momentos en que existe la decisión de parte del gobierno entrante de combatir la protesta social, que los artistas se expresen con libertad es una necesidad. Y al que no le guste, que mire otra cosa, porque cada uno es libre de gustarle o no un espectáculo artístico (en eso debe haber también libertad), como le ocurre a este escriba de pueblo, que no vibra con la prosa murguera (aunque no deja de apreciar los buenos espectáculos), y sin embargo sobrevive al febrero de Momo lo más campante y sin culpa de no haber mirado un solo show entero.
Antes de la retirada, valen un par de apuntes más, que guardan y no guardan relación con todo lo dicho hasta ahora. En la música en particular, hace tiempo que me cuesta encontrar cosas nuevas, que me quemen la cabeza, siento que falta discurso (quizás porque estamos en la era del vacío).
Sabe, en estos días, me encontré en Youtube por casualidad con un viejísimo video de los 80, que vi cuando tenía unos 15 años. Los sábados a la noche, Alfonso Carbone tenía un programa musical en Canal 5 (el canal que nadie miraba, pero a Carbone, los roqueros lo seguíamos con pasión), y presentó la canción “Gritar” de Los Estómagos. Desde esa noche nada fue igual, había encontrado lo que quería escuchar, el canto crudo, descarnado, crítico, combativo. Un canto desde la profundidad de una juventud post dictatorial desconforme y contestataria, que de allí fui conociendo en otros títulos y nombres de grupos de Uruguay y el mundo entero.
Por supuesto que en el Uruguay de esos años, había quienes querían acallar esas voces que despotricaban contra el sistema y hablaban de mundos mejores (en esa época acallaban a palo limpio, metiendo a los jóvenes en las “chanchitas”, solo por ser jóvenes), pero no pudieron y al final fuimos cada vez más con cada nueva generación, mientras ellos caían en el ostracismo.
Así que usted no se preocupe más porque le critiquen lo que dicen las murgas, no entienden nada del hecho artístico, les molestan los artistas y si pudieran los prohibirían a todos. Por acá la voy dejando, usted me busca y yo me voy de boca, es preferible terminar de una vez por todas y dejar que usted pueda seguir leyendo las otras muchas lecturas que tiene esta edición. Hasta dentro de siete jornadas.
Por Javier Perdomo.